Hay dos expresiones contrarias, que frecuentemente escuchamos y aun
pronunciamos nosotros mismos:
"¡Qué mala suerte tuve!", "Hoy no tuve suerte", "Rendí tal materia, pero sin suerte"; así solemos hablar cuando las cosas no nos han salido como nosotros esperábamos.
"¡Qué suerte tuve!", "¡Me cayó la suerte!", "Me sonrió la suerte", "¡Jugué y con suerte!", "¡Te deseo buena suerte!"; así decimos en los casos contrarios.
En todo eso hay un mucho de forma de hablar inconsciente y desconsiderado y muy poco de conciencia de lo que estamos diciendo; la suerte no es algo que nos venga porque sí.
La mejor suerte que nos podemos desear será dejarnos guiar por la Providencia de Dios, que todo lo tiene dispuesto para ayudamos a llegar hasta El; muchas veces nosotros ignoramos cómo tal o cual suceso nos puede ayudar, pero la fe nos dice que así es.
En esos momentos, nada mejor que clamar con el salmista: "Mi suerte está en tus manos, Señor".
¿Podemos desear otra cosa mejor que descansar en las manos de
Dios?
Convéncete, de una vez por todas, que Dios te ama y que siempre busca tu bien.
Y eso por el amor que te tiene. "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios, para bien de los que lo aman, de aquellos que han sido llamados, según su designio" (Rom, 8, 28)
Padre nuestro...
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