Siempre he entendido la oración del cristiano como una conversación
amorosa con Jesús, que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que
físicamente estamos alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida está hecha
de coplas de amor humano a lo divino..., y amar podemos siempre. (Forja, 435)
Que no falten en nuestra jornada unos momentos dedicados
especialmente a frecuentar a Dios, elevando hacia El nuestro pensamiento, sin
que las palabras tengan necesidad de asomarse a los labios, porque cantan en el
corazón. Dediquemos a esta norma de piedad un tiempo suficiente; a hora fija,
si es posible. Al lado del Sagrario, acompañando al que se quedó por Amor. Y si
no hubiese más remedio, en cualquier parte, porque nuestro Dios está de modo
inefable en nuestra alma en gracia. Te aconsejo, sin embargo, que vayas al oratorio
siempre que puedas (...)
Cada uno de vosotros, si quiere, puede encontrar el propio cauce,
para este coloquio con Dios. No me gusta hablar de métodos ni de fórmulas,
porque nunca he sido amigo de encorsetar a nadie: he procurado animar a todos a
acercarse al Señor, respetando a cada alma tal como es, con sus propias
características. Pedidle que meta sus designios en nuestra vida: no sólo en la
cabeza, sino en la entraña del corazón y en toda nuestra actividad externa. Os
aseguro que de este modo os ahorraréis gran parte de los disgustos y de las
penas del egoísmo, y os sentiréis con fuerza para extender el bien a vuestro
alrededor. ¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos
colocamos bien próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona! Se renueva, con
distintos matices, ese amor de Jesús por los suyos, por los enfermos, por los
tullidos, que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... Y, enseguida, luz o, al menos,
aceptación y paz.
Al invitarte a esas confidencias con el Maestro me refiero
especialmente a tus dificultades personales, porque la mayoría de los
obstáculos para nuestra felicidad nacen de una soberbia más o menos oculta. Nos
juzgamos de un valor excepcional, con cualidades extraordinarias; y, cuando los
demás no lo estiman así, nos sentimos humillados. Es una buena ocasión para
acudir a la oración y para rectificar, con la certeza de que nunca es tarde
para cambiar la ruta. (Amigos de Dios, 249)
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