Muchos católicos no saben bien qué es eso tan misterioso que
llamamos Purgatorio, porque lo hemos escuchado de pequeños en la catequesis, en
casa, en algunas oraciones, etc.
Respondiendo en pocas palabras, el Purgatorio es el estado en el que van todas las almas, que, aún muriendo en gracia de Dios, no han llegado en su vida a purificar el daño que han ocasionado con sus pecados.
Pero... ¿De qué hay que “purgarse”? ¿No se supone que se nos perdonan todos los pecados en la confesión?
Con la confesión quedan perdonados nuestros pecados y quedamos
libres del castigo eterno que nos merecíamos. Pero la confesión no repara el
daño que hemos ocasionado. Ése, debemos repararlo nosotros con nuestras buenas
obras o con nuestro sacrificio.
Entenderlo es tan fácil como pensar que rompimos un vidrio de la
casa del vecino. Corremos a su casa y le pedimos perdón. Nuestro vecino nos
perdona de todo corazón y seguimos siendo tan amigos como antes. Pero... ¡el
vidrio sigue igual de roto!
Los que aún estamos vivos, podemos reparar el daño que hemos
ocasionado con los grandes medios que nos ofrece la Santa Madre Iglesia como
los sacramentos, la oración diaria a Dios, las obras de misericordia, la
predicación de la Palabra de Dios, las indulgencias plenarias, la vida de
caridad y de santidad.
El otro modo, que es la forma menos recomendable para reparar la pena temporal, es pasar por el Purgatorio.
Cuentan de santos que han tenido la visión del Purgatorio que hubiesen preferido sufrir lo más terrible de esta vida por mil años, que estar un solo día en el Purgatorio. Allí se va para una purificación en profundidad, una limpieza que cuesta grandes pesares y malestares, pero necesaria para nuestra buena salud.
El purgatorio existe, debe existir porque nadie entra a las Bodas
del Reino de los Cielos con la piel y la ropa llena de mugre. Es necesario
entrar con el mejor vestido. Y en donde se nos lava hasta el punto de quedar
dignos para el paraíso y con el traje adecuado, es en el Purgatorio. Nadie nos
obligó a ensuciarnos, lo hicimos por libre disposición. Pero si queremos ser
buenos invitados, no se nos ocurrirá entrar indignamente presentados,
desearemos estar limpios, muy limpios, como se merece el Esposo de las Bodas.
El Purgatorio, por tanto, existe y es más que un lugar, es un
estado de purificación, con un fuego que nos arrancará nuestros errores de raíz
y los disolverá en su fuego, con el dolor de los que se sanan de una herida.
No es para nada igual que el Infierno, pues en el Infierno reinan el odio y la desesperación eterna y en el Purgatorio reinan el amor y la esperanza, la firme convicción de la salvación eterna. Todo allí será sufrir pero sólo para lograr amar verdaderamente al Señor que nos esperará con los brazos abiertos en su eterno Convite Celestial.
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