El verdadero mal es el pecado. Por el pecado, el Hijo de Dios tuvo
que sufrir infinita y atrozmente. Por el pecado vienen todas las calamidades al
mundo, a nuestras familias y a nuestras vidas. Por el pecado se merecen una
eternidad de tormentos en el Infierno, o siglos y siglos en las llamas del
Purgatorio.
Siendo esto así, tenemos que darnos cuenta de que aquí hay en el mundo una gran astucia del Maligno, que nos esconde la “peligrosidad” del pecado y la gran maldad que es.
También Eva, en el paraíso terrenal, creyó que el pecado era inofensivo, y que Dios daba sus mandamientos sin razón.
Nosotros a veces pensamos que si cometemos el pecado “no pasará nada” y que no es tan grave. Esto es un gran engaño del mundo y del demonio para llevarnos por el camino de la perdición.
Ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio que quien lo ama es aquél que cumple los Mandamientos dados por Dios a Moisés, y también los mandamientos dados por Jesús en el Nuevo Testamento.
¡Cuánta gente engañada que cree amar a Cristo, pero no trata de cumplir los Diez Mandamientos! Y ya Jesús ha dicho que aunque muchos hablen en su Nombre, o hasta incluso que hagan milagros en su Nombre, si no cumplen la voluntad de Dios, la voluntad del Padre expresada en los Mandamientos, no se salvarán.
Pensemos un poco en estas verdades y reflexionemos si en realidad no estamos dejándonos llevar un poco por la mentalidad del mundo, que a todas horas y por todos los medios masivos de comunicación nos incitan al pecado, tratando de convencernos de que es bueno transgredir las Leyes de Dios, de que es un ejercicio de la libertad. ¡Qué engaño colosal y diabólico que hay aquí! Y su cantinela a todas horas, inculcando por todos lados esta diabólica insinuación de que no es tan grave pecar, sino que incluso es bueno.
Abramos los ojos antes de que sea demasiado tarde, antes de que la corriente anticristiana que todo lo quiere arrasar, nos arrastre también a nosotros por el mal camino.
Dios no cambia. El demonio no cambia. El pecado no cambia ni cambiará, y lo que antes era pecado, hoy lo sigue siendo. Tengamos esto en cuenta para no caer en las fauces del Maligno.
Aprovechemos la Misericordia de Dios para levantarnos del pecado, pero no para pecar diciendo “después me confieso y listo”. No hagamos así, porque no sabemos si tendremos tiempo y modo de confesarnos antes de nuestra muerte. Aparte cada pecado cometido va dejando como heridas en el alma, y si bien la confesión sacramental perdona los pecados, es cierto también que no conviene pecar más, acudiendo a los sacramentos y a la oración para no volver a caer.
Hay que entrar por la puerta estrecha, la puerta del cumplimiento de los Diez Mandamientos, que son diez, y no dos o tres, sino diez.
Que Dios nos ayude a ver estas verdades y nos dé la fuerza para ir por el buen camino, aunque nos cueste mucho, porque el premio es grande, es desmesurado; y en cambio el castigo del pecado es eterno
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