Y no dejes nunca de llamarme,
no en la superficialidad donde no te
escucho,
y sí, en la profundidad de mi ser
donde el Tú y mi yo se abrazan.
Déjame buscarte, Señor.
Porque, en el viento de la fe,
se sostiene tu llamada misteriosa.
Y cuenta conmigo para algo,
aunque solamente Tú, y sin mis débiles
fuerzas,
pudieras llevar adelante tu encargo.
Déjame buscarte, Señor.
Para sentir que te sirvo y vivo,
trabajando y respondiendo mil veces
“si”,
para ayudarte a llevar la carga pesada
de tu Reino.
Déjame buscarte, Señor.
Y conocerte para amarte.
Y amarte para seguirte,
aunque, el mundo, no me reconozca
méritos,
ni ponga aureolas a mis éxitos
invisibles al ojo humano.
Déjame buscarte, Señor.
Porque, cuando me llamas,
siento el privilegio de ser convocado.
Porque, cuando pronuncias mi nombre,
sé que a algo bueno me invitas.
Porque, cuando me interrogas: ¿Qué
buscas?
Tú sabes que… sólo a Ti te añoro.
Tú sabes que… sólo a Ti te quiero.
Déjame buscarte, Señor.
Dejando todo aquello
que obstaculice el que yo te encuentre.
Alejándome de los ruidos
que me impiden escuchar tu voz.
Ayúdame a estar siempre inquieto:
en permanente búsqueda.
Enséñame a estar contigo:
y conocerte para nunca olvidarte.
Envíame para servir amando:
y, contigo, siempre salvando.
Amén.
P. Javier Leoz
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