“Es tiempo de esperanza,
y vivo de este tesoro. No es una frase, Padre –me dices–, es una realidad”.
Entonces..., el mundo entero, todos los valores humanos que te atraen con una
fuerza enorme –amistad, arte, ciencia, filosofía, teología, deporte,
naturaleza, cultura, almas...–, todo eso deposítalo en la esperanza: en la
esperanza de Cristo. (Surco, 293)
Allí donde nos encontremos,
nos exhorta el Señor: ¡vela! Alimentemos en nuestras conciencias, ante esa
petición de Dios, los deseos esperanzados de santidad, con obras. Dame, hijo
mío, tu corazón, nos sugiere al oído. Déjate de construir castillos con la
fantasía, decídete a abrir tu alma a Dios, pues exclusivamente en el Señor
hallarás fundamento real para tu esperanza y para hacer el bien a los demás.
Cuando no se lucha consigo mismo, cuando no se rechazan terminantemente los
enemigos que están dentro de la ciudadela interior -el orgullo, la envidia, la
concupiscencia de la carne y de los ojos, la autosuficiencia, la alocada avidez
de libertinaje-, cuando no existe esa pelea interior, los más nobles ideales se
agostan como la flor del heno, que al salir el sol ardiente, se seca la hierba,
cae la flor, y se acaba su vistosa hermosura. Después, en el menor resquicio
brotarán el desaliento y la tristeza, como una planta dañina e invasora.
No se conforma Jesús con un
asentimiento titubeante. Pretende, tiene derecho a que caminemos con entereza,
sin concesiones ante las dificultades. Exige pasos firmes, concretos; pues, de
ordinario, los propósitos generales sirven para poco. Esos propósitos tan poco
delineados me parecen ilusiones falaces, que intentan acallar las llamadas
divinas que percibe el corazón; fuegos fatuos, que no queman ni dan calor, y
que desaparecen con la misma fugacidad con que han surgido.
Por eso, me convenceré de
que tus intenciones para alcanzar la meta son sinceras, si te veo marchar con determinación.
Obra el bien, revisando
tus actitudes ordinarias ante la ocupación de cada instante; practica la
justicia, precisamente en los ámbitos que frecuentas, aunque te dobles por la
fatiga; fomenta la felicidad de los que te rodean, sirviendo a los otros con
alegría en el lugar de tu trabajo, con esfuerzo para acabarlo con la mayor
perfección posible, con tu comprensión, con tu sonrisa, con tu actitud
cristiana. Y todo, por Dios, con el pensamiento en su gloria, con la mirada
alta, anhelando la Patria definitiva, que sólo ese fin merece la pena. (Amigos
de Dios, 211).
Qué preciosidad Magda, pronto llegará la espectación al parto, la que se transforma en Esperanza cada 18 de Diciembre y no debemos perder de vista, pues ella nos lleva de la mano a Dios. Un fuerte abrazo y buen fin de semana amiga. @Pepe_Lasala
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