A menudo el
guía espiritual hablaba a sus discípulos sobre el verdadero amor, el que no se
impone ni exige, el que está libre de actitudes egocéntricas, posesividad o
apego. Pero a nadie le es fácil siquiera comprender ese elevado tipo de
amor que es más expansivo, altruista y libre. Tampoco los discípulos terminaban
de entender qué era realmente el amor incondicional, libre de ataduras y
contaminaciones, omniabarcante y desinteresado, basado en la benevolencia y la
compasión, capaz de impregnar a todos los seres.
Ante la
incapacidad de sus discípulos para terminar de comprender sus enseñanzas, el
maestro les dijo:
-Mañana
haremos todos una larga excursión.
Pero antes de
venir a buscarme, pasad por el florista y traed una rosa.
Semejante
solicitud dejó estupefactos a los discípulos, pero al amanecer y antes de ir a
buscar al preceptor, compraron una fragante rosa.
Tras reunirse
con el mentor, emprendieron una larga caminata, hasta llegar a una zona desértica.
El maestro
les pidió:
-Fijad la
rosa por el tallo en la arena del desierto.
Extrañados,
los discípulos así lo hicieron.
Entonces el
mentor les preguntó:
-Decidme,
amados míos, ¿seguirá la rosa exhalando su aroma aunque nos retiremos
y no haya nadie para olerlo?
-Claro que
sí, maestro -repusieron al unísono.
-Otra
pregunta, queridos míos, ¿aunque no haya nadie para contemplarla, seguirá la
rosa exhibiendo toda su hermosura?
-Por
supuesto, maestro, seguirá haciéndolo.
Y el
preceptor aseveró:
-Pues así es
el verdadero amor. Se exhala aunque no haya nadie para recogerlo e incluso aunque nadie quiera recogerlo.
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