Los tuyos, María, siempre abiertos
Los míos, de vez en cuando, cerrados
Tus brazos, María, sosteniendo y animando
Los míos, en algunas ocasiones, echando peso
Tus brazos, María, aguardando
Los míos, a veces, desesperados
Los tuyos, Virgen María, acariciando
Los míos, queriendo o sin querer, arañando
Tus brazos, María, contemplando a Cristo
Los míos, María, perdidos en cosas secundarias
Los tuyos, María, arropando y acunando
Los míos, María, vacíos y egoístas
Los tuyos, María, acompañando al que sufre
Los míos, María, volcados en sí mismos
Tus brazos, María, elevados hacia Dios
Los míos, María, buscando las cosas de cada día
Tus brazos, María, empujando hacia adelante
Los míos, María, cansados de la lucha de cada jornada
Tus brazos, María, reconfortando
Los míos, María, abatidos y deseando ser abrazados
¿Dónde el secreto de tus fuertes brazos?
¿Dónde la fuerza que los mantiene eternamente abiertos?
¿Dónde el secreto de su ser divino?
No me lo digas, María, ya lo sé:
Tus brazos son prolongación
de aquellos otros brazos
que nos aguardan en el cielo: los de Dios.
Amén.
Padre Javier Leoz