Porque, sin Ti, el mundo se enfría,
y son otros los que, sin Ti, les dan un engañoso
calor.
Porque, sin Ti, el hombre se envilece,
y convertimos este viejo paraíso
en contienda entre el bien y el mal.
Porque, sin Ti, olvidamos que el amor
es fuente de felicidad y buscamos,
en lo efímero, una alegría que es simple disfraz.
Porque, sin Ti, nuestra tierra es huérfana,
vacía de sentimientos y exenta de esperanza.
No dejes de salir, ni un solo año, Señor:
Porque seguimos necesitando tu pan multiplicado
para saciarnos y, luego, repartirlo a los
hermanos.
Porque somos tan débiles como ayer
y, al contemplarte, queremos recuperar la fuerza
del creer.
Porque, nuestros pecados, pueden a veces con la
virtud
y, en esos pecados, viene escondido aquello que no
es luz.
Porque, nuestras almas, se llenan de trastos
inservibles,
no permitiendo que, Tú, habites y reines en
nuestro interior.
No dejes de salir, en el Corpus, Señor:
Y, si ves que me nos he alejado de ti,
que seas un imán que nos atraigas
hacia la fuente de la verdad.
Y, si ves que te hemos dado la espalda,
alcánzanos de frente para nunca más olvidarte.
Y, si ves que hemos perdido el apetito de lo
divino,
acércanos el cáliz de tu amor y de tu perdón.
Sí, Señor; ¡no dejes de salir en custodia!
Deja, que nos arrodillemos ante Ti,
al igual que, Tú, lo hiciste ante nosotros en
Jueves Santo.
Consiente, que te hablemos al corazón de la
Custodia,
al igual que, Tú, lo hiciste en cada uno de los
nuestros.
Que presentemos al mundo este manjar
con la misma pasión y fuerza,
con la que Tú, nos lo dejaste en sencilla mesa.
De, que nos miremos los unos a los otros,
para cantar contemplando este Misterio.
¡No dejes de salir, Señor!
Que nadie ocupe el lugar que te corresponde en el
mundo.
Que nadie turbe la paz y la calma del día del
Corpus.
Que nadie, creyéndose rey, se sienta más
importante.
Que Aquel otro, que siéndolo, se hace una vez más
siervo.
¡No dejes de salir, Señor!
Aquí tienes nuestros corazones: haz de ellos una
patena.
Aquí tienes nuestras mentes: haz de ellas un
altavoz.
Aquí tienes nuestras manos: haz de ellas una
carroza.
Aquí tienes nuestros ojos: haz de ellos dos
diamantes.
Aquí tienes nuestras almas: haz de ellas el oro de
tu custodia.
Aquí tienes nuestros cuerpos: haz de ellos las más
auténticas
custodias que nunca se cansen de anunciar por todo
el mundo,
que sigues viviendo y permaneciendo eternamente
presente
en el gran milagro de la EUCARISTIA.
¡No dejes de salir, Señor!
¿Nos dejas acompañarte?
En este Año de la Fe:
CREEMOS EN TI, ESPERAMOS EN TI
Y QUEREMOS VIVIR EN TI.
P. Javier Leoz
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