Para gozar contigo, en la presencia de
Dios,
cantando y proclamando,
con los ángeles y mil coros celestiales,
que eres Santo y Dios,
Dios y Santo,
eternamente santo por los siglos de los
siglos.
¡Déjanos la puerta abierta, Señor!
Y, después de entrar Tú en el reino de
los cielos,
comprender esperando que,
un día también nosotros,
tendremos un lugar en algún rincón
eterno.
Y, al contemplar la grandeza de Dios,
festejar, en la gloria de ese inmenso
cielo,
que ha merecido la pena ser de los
tuyos,
permanecer firmes en tus caminos,
guardar tu nombre y tu memoria,
meditar tu Palabra y tu mensaje,
soñar con ese mundo tan diferente al
nuestro.
¡Déjanos la puerta abierta, Señor!
Que no la cierre el viento del camino
fácil.
Que no la empuje nuestra falta de fe.
Que no la obstruya nuestro afán de tener
aquí.
¡Déjanos la puerta abierta, Señor!
Para vivir y morar contigo.
Para amar y vivir junto a Dios.
Para sentir el soplo eterno del
Espíritu.
Para gozar en el regazo de María Virgen.
¡No nos cierres la puerta del cielo,
Señor!
P. Javier Leoz
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