Esta fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo se comenzó a celebrar en Lieja (Bélgica) en 1246, siendo extendida a toda la Iglesia occidental por el papa Urbano IV en 1264, y tuvo como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía.
Los ocho días que
siguen a la fiesta del Corpus Christi, los dedicamos los cristianos a continuar la fiesta.
Aquí tienes un texto para cada día de la octava.
A continuación encontrarás algunos textos que recogen verdades que afirma la fe referentes a la Eucaristía.
Por último, la bendición con el Santísimo, con una breve explicación de lo que significa este acto litúrgico.
A continuación encontrarás algunos textos que recogen verdades que afirma la fe referentes a la Eucaristía.
Por último, la bendición con el Santísimo, con una breve explicación de lo que significa este acto litúrgico.
ANTES, CUATRO IDEAS PREVIAS
1. Si puedes, procura hacer este rato de oración delante de un Sagrario estos ocho días.
2. El texto de cada día está fragmentado en tres partes por letras capitulares. Están para que interrumpas la lectura y hables con Dios sobre lo que has leído. Y así cada vez.
3. No olvides que lo importante es que hables con Él. Y que le escuches.
4. Puedes empezar cada día con la oración inicial, y terminar rezando la oración final.
ORACIÓN INICIAL
Señor, espero en Ti; Te adoro, Te amo, auméntame la fe. Quiero que seas mi apoyo en todo: sin Ti no puedo nada. Tú te has quedado en la Eucaristía, indefenso.
Quiero que te sientas amado por mí: para eso intentaré cuidarte, acompañarte, tener detalles contigo, adorarte, agradecerte, valorar cada vez más esta locura tuya,...
Y quiero sentirme amado por Ti: que me alegre tenerte tan cerca, que me sienta acompañado, seguro, querido, fortalecido, comprendido, escuchado, alimentado, ... ; hazme Tú ese regalo especialmente estos días y siempre que te coma.
ORACIÓN FINAL
1. Si puedes, procura hacer este rato de oración delante de un Sagrario estos ocho días.
2. El texto de cada día está fragmentado en tres partes por letras capitulares. Están para que interrumpas la lectura y hables con Dios sobre lo que has leído. Y así cada vez.
3. No olvides que lo importante es que hables con Él. Y que le escuches.
4. Puedes empezar cada día con la oración inicial, y terminar rezando la oración final.
ORACIÓN INICIAL
Señor, espero en Ti; Te adoro, Te amo, auméntame la fe. Quiero que seas mi apoyo en todo: sin Ti no puedo nada. Tú te has quedado en la Eucaristía, indefenso.
Quiero que te sientas amado por mí: para eso intentaré cuidarte, acompañarte, tener detalles contigo, adorarte, agradecerte, valorar cada vez más esta locura tuya,...
Y quiero sentirme amado por Ti: que me alegre tenerte tan cerca, que me sienta acompañado, seguro, querido, fortalecido, comprendido, escuchado, alimentado, ... ; hazme Tú ese regalo especialmente estos días y siempre que te coma.
ORACIÓN FINAL
Elige una de éstas:
1. Acuérdate de las palabras que dirigiste a tu siervo: Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, en Mí permanece y Yo en él. ¡Tú en mí y yo en Ti! ¡cuánto amor!, ¡Tú en mí, que soy un pobre pecador, y yo en Ti, que eres mi Dios! Una sola cosa, y sólo esto busco: vivir en Ti, en Ti descansar y no separarme nunca de Ti.
Inspirada en el Cardenal Bona
2. ¡Amor! Tú eres fortísimo pero a la vez yo te veo debilísimo. Fortísimo, pues nadie se te puede oponer; y debilísimo, puesto que una miserable criatura como yo te vence, te supera llamándote Amor.
Sta, M. Magdalena
3. Señor que nos haces participar del milagro de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que vivas con nosotros, que te veamos, que te toquemos, que te sintamos, que queramos estar siempre junto a Ti, que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos.
Señor mío Jesús: haz que sienta, que secunde de tal modo tu gracia, que vacíe mi corazón.... para que lo llenes Tú, mi Amigo, mi Hermano, mi Rey, mi Dios, mi Amor!
San José María Escrivá
4. Dios mío yo creo, adoro, espero y os amo , os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman. Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el precioso Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que se encuentra presente en todos los Sagrarios de la tierra, y os lo ofrezco, Dios mío en reparación por los abusos, sacrilegios e indiferencias con que Él es ofendido. Amén.
Oración del Ángel a los pastores de Fátima
DIA 4º PRESENCIA REAL
"Discutían entre los judíos diciendo: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: en verdad, en verdad os digo, que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día." (Jn 6, 52-53)
S. Lewis, es un escritor británico al que se le muere su mujer, Hellen, de la que estaba profundamente enamorado. Sus primeros días y semanas como viudo son tremendamente duros para él: vacío, soledad, impotencia, recuerdos, amor y fe. ¡Cuánto echa de menos a su mujer! Y se da cuenta de que ahora a su mujer sólo la tiene en imágenes: en imágenes de fotografías que conserva en casa, o en imágenes que guarda en el pensamiento. Y que esas imágenes no son Hellen. Esas imágenes le consuelan poco, porque lo que él necesita es a Hellen, y no imágenes de ella; esas imágenes no tienen importancia en sí mismas. Y escribe que al día siguiente por la mañana, un cura le hará comulgar una Hostia fría, pequeña, redonda e insípida. Y se pregunta si es una desventaja, o acaso en cierto modo una ventaja, que esa Hostia no se parezca nada a lo que realmente es esa Hostia. Y expresa con fuerza: "necesito a Jesucristo y no a nada que se te parezca. Quiero a Hellen y no a nada que se le asemeje a ella".
Tenemos a Jesucristo en el Sagrario; aunque la Hostia no se parece a Él, es Él. Lo que tiene importancia es que la Hostia es Cristo, y lo de menos es que la Hostia se parezca a Cristo.
Santa Teresa afirma sin dudar, que es una gran ventaja que en la Hostia no aparezca Jesucristo en toda su grandeza: "Además, si viéramos tan gran majestad, ¿cómo se atrevería una pecadorcilla como yo, que tanto le he ofendido, a estar tan cerca de Él?" De hecho cuenta que cuando se acercaba a comulgar, a veces "se me erizaban los pelos y todo parecía que me aniquilaba". "¡Quién se atrevería, si le viéramos con tan gran majestad, a acercarse a Él con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas imperfecciones!" Y reza: "¡Oh, Señor mío! Si no encubriérais vuestra grandeza ¿quién se atrevería a ir tantas veces, cosa tan sucia y miserable con tan gran majestad?".
Jesús, es a Ti a quien necesito, y eres Tú quien está en el sagrario. No me importa que no se parezca la Hostia a tu persona: es más, mejor que no se parezca. Creo, pero quiero creer más: que me dé cuenta, que sea consciente de que estás vivo, esperándome, escuchándome, apoyándome, animándome, orientándome... en el sagrario. Y gracias.
"Discutían entre los judíos diciendo: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: en verdad, en verdad os digo, que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día." (Jn 6, 52-53)
S. Lewis, es un escritor británico al que se le muere su mujer, Hellen, de la que estaba profundamente enamorado. Sus primeros días y semanas como viudo son tremendamente duros para él: vacío, soledad, impotencia, recuerdos, amor y fe. ¡Cuánto echa de menos a su mujer! Y se da cuenta de que ahora a su mujer sólo la tiene en imágenes: en imágenes de fotografías que conserva en casa, o en imágenes que guarda en el pensamiento. Y que esas imágenes no son Hellen. Esas imágenes le consuelan poco, porque lo que él necesita es a Hellen, y no imágenes de ella; esas imágenes no tienen importancia en sí mismas. Y escribe que al día siguiente por la mañana, un cura le hará comulgar una Hostia fría, pequeña, redonda e insípida. Y se pregunta si es una desventaja, o acaso en cierto modo una ventaja, que esa Hostia no se parezca nada a lo que realmente es esa Hostia. Y expresa con fuerza: "necesito a Jesucristo y no a nada que se te parezca. Quiero a Hellen y no a nada que se le asemeje a ella".
Tenemos a Jesucristo en el Sagrario; aunque la Hostia no se parece a Él, es Él. Lo que tiene importancia es que la Hostia es Cristo, y lo de menos es que la Hostia se parezca a Cristo.
Santa Teresa afirma sin dudar, que es una gran ventaja que en la Hostia no aparezca Jesucristo en toda su grandeza: "Además, si viéramos tan gran majestad, ¿cómo se atrevería una pecadorcilla como yo, que tanto le he ofendido, a estar tan cerca de Él?" De hecho cuenta que cuando se acercaba a comulgar, a veces "se me erizaban los pelos y todo parecía que me aniquilaba". "¡Quién se atrevería, si le viéramos con tan gran majestad, a acercarse a Él con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas imperfecciones!" Y reza: "¡Oh, Señor mío! Si no encubriérais vuestra grandeza ¿quién se atrevería a ir tantas veces, cosa tan sucia y miserable con tan gran majestad?".
Jesús, es a Ti a quien necesito, y eres Tú quien está en el sagrario. No me importa que no se parezca la Hostia a tu persona: es más, mejor que no se parezca. Creo, pero quiero creer más: que me dé cuenta, que sea consciente de que estás vivo, esperándome, escuchándome, apoyándome, animándome, orientándome... en el sagrario. Y gracias.
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