Hoy, en el IV Domingo de
Pascua, nuestra mirada se posa sobre Jesús Buen Pastor, que toma bajo su
responsabilidad a todas las ovejas que el Padre le ha confiado y se ocupa de
cada una de ellas. Entre Él y ellas hay un vínculo, un lazo de amor: "Escuchan
mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen" (Jn 10,27). Jesús ama a todas
sus ovejas, da la vida por cada una de ellas.
Él coge a cada oveja herida que vive entre espinas y solloza
en busca de alguien que le ayude. Se adentra entre los matorrales, se deja
desgarrar por las espinas, toma la oveja en brazos, la mira, la besa, la
acaricia, la estrecha sobre su pecho como si fuera la única cosa que posee, la
sana. Una vez la oveja ha sido sanado de sus heridas, sigue feliz al Buen
Pastor, invitando a otras ovejas a que le sigan y que encuentren en Jesús a su
Salvador, Aquel al que realmente anhelan. Es una relación con confianza donde
fluye un amor sincero, natural, agradecido. Esa oveja eres tú, soy yo. Debemos ir en busca de la oveja perdida para hacerle
conocer el Amor infinito del Señor.
Cristo nos ha ganado con el precio de su Sangre. Le
hemos costado mucho, su muerte no fue una broma, por eso no quiere que nadie de
los suyos se pierda. Decía San Agustín: "Dios no te deja, si tú no le
dejas". Dios jamás te abandona, aunque tú a veces le abandones. Ni Dios,
ni la Iglesia tienen la culpa, el problema de la fidelidad es nuestro. Dios no
niega a nadie su amor y gracia. Somos agraciados, con su amor infinito hay
liberación en la tierra y en el cielo.
Pidamos al Señor la gracia de servirle con
radicalidad y que nuestro servicio al prójimo sea cada vez más y mejor. Cristo
es el único que ha podido decir: "Yo les doy la vida eterna" (Jn
10,28).
Señor, ayúdame a conocerte mejor para amarte más.
Dios nos siga bendiciendo
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