Pocas veces somos
ofendidos;
muchas veces nos
sentimos ofendidos.
Perdonar es
abandonar o eliminar
un sentimiento
adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el
que odia o el que es odiado?
El que es odiado
generalmente vive feliz,
tranquilamente, en
su mundo.
El que cultiva el
rencor se parece al que
toma una brasa
ardiente o al que atiza una llama.
Pareciera que la
llama quemara al enemigo;
pero no, el que se
quema es uno mismo.
El resentimiento
sólo destruye al resentido.
El amor propio es
ciego y suicida:
prefiere la
satisfacción de la venganza
al alivio inmenso
del perdón.
Es locura odiar: es
como almacenar
veneno en las
propias entrañas.
El rencoroso vive
en una eterna agonía.
No hay en el mundo
fruta más sabrosa
que la sensación de
descanso y alivio
que se siente al
perdonar, así como
no hay fatiga más
desagradable
que la que produce
el rencor.
Vale la pena
perdonar, aunque sea
sólo por interés,
porque no hay terapia
más liberadora que
el perdón.
No es necesario
pedir perdón o perdonar
con palabras;
muchas veces basta con
un simple saludo,
una mirada benevolente,
una aproximación,
una conversación;
son los mejores
signos de perdón.
A veces sucede que
la gente perdona
y siente
verdaderamente el perdón;
pero después de un
tiempo, renace
nuevamente la aversión.
No hay que
asustarse: una herida
profunda necesita
muchas curaciones.
Vuelve a perdonar
una y otra vez,
hasta que la herida
quede curada por completo.
celebrandolavida.org
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