¡Virgen
Inmaculada y bendita!
Eres la universal Dispensadora
de todas las gracias divinas,
con razón te puedo llamar
la Esperanza de todos, mi Esperanza.
Bendigo al Señor porque me muestra
el modo de alcanzar la gracia y salvarme.
Este medio eres Tú, Santa Madre de Dios.
Por los méritos de Jesús, ante todo,
me he de salvar; y después,
por tu poderosa intercesión.
Reina mía, ya que acudiste presurosa
a santificar la casa de Isabel,
visita presto la pobre casa de mi alma.
Apresúrate, pues mejor que yo sabes
lo pobre que está y los males que me agobian:
afectos desordenados, hábitos depravados,
pecados sin cuento, y mil enfermedades
capaces de causarme la muerte eterna.
Pero Tú, Tesorera de Dios,
puedes enriquecerla con todos los bienes
y curarla de toda dolencia.
Visítame durante la vida, y sobre todo,
visítame en la hora de la muerte,
cuando me será más necesaria tu ayuda.
Como indigno que soy, no pretendo
que me visites con tu presencia,
como lo has hecho con otros devotos tuyos.
Me contento con que ruegues por mí
y me visites con tu Misericordia
para ir a contemplarte en el Cielo,
para amarte con toda el alma
y agradecerte todos tus beneficios.
Ruega por mí, María,
encomiéndame a tu Hijo.
Mejor que yo conoces
mis miserias y necesidades.
¿Qué más te puedo suplicar
sino que tengas compasión de mí?
Es tan grande mi ignorancia,
que no sé pedir lo que necesito.
Dulce Reina mía, María,
pide y alcánzame de tu Hijo
las gracias más convenientes
y más necesarias para mi alma;
del todo me abandono en tus manos
pidiendo a la Divina Majestad,
que por los méritos de Jesús, mi Salvador,
me conceda las gracias que Tú le pidas.
Pide por mí, Virgen Santísima
lo que más me conviene.
Tus oraciones, siempre las escucha Dios
porque son plegarias de Madre
para con el Hijo que tanto te ama
y goza en otorgarte lo que pides
para mejor honrarte y mostrar su Amor a Ti.
En esto quedamos, Señora:
Yo vivo confiando en Ti.
Ocúpate Tu por salvarme. Amén.
Eres la universal Dispensadora
de todas las gracias divinas,
con razón te puedo llamar
la Esperanza de todos, mi Esperanza.
Bendigo al Señor porque me muestra
el modo de alcanzar la gracia y salvarme.
Este medio eres Tú, Santa Madre de Dios.
Por los méritos de Jesús, ante todo,
me he de salvar; y después,
por tu poderosa intercesión.
Reina mía, ya que acudiste presurosa
a santificar la casa de Isabel,
visita presto la pobre casa de mi alma.
Apresúrate, pues mejor que yo sabes
lo pobre que está y los males que me agobian:
afectos desordenados, hábitos depravados,
pecados sin cuento, y mil enfermedades
capaces de causarme la muerte eterna.
Pero Tú, Tesorera de Dios,
puedes enriquecerla con todos los bienes
y curarla de toda dolencia.
Visítame durante la vida, y sobre todo,
visítame en la hora de la muerte,
cuando me será más necesaria tu ayuda.
Como indigno que soy, no pretendo
que me visites con tu presencia,
como lo has hecho con otros devotos tuyos.
Me contento con que ruegues por mí
y me visites con tu Misericordia
para ir a contemplarte en el Cielo,
para amarte con toda el alma
y agradecerte todos tus beneficios.
Ruega por mí, María,
encomiéndame a tu Hijo.
Mejor que yo conoces
mis miserias y necesidades.
¿Qué más te puedo suplicar
sino que tengas compasión de mí?
Es tan grande mi ignorancia,
que no sé pedir lo que necesito.
Dulce Reina mía, María,
pide y alcánzame de tu Hijo
las gracias más convenientes
y más necesarias para mi alma;
del todo me abandono en tus manos
pidiendo a la Divina Majestad,
que por los méritos de Jesús, mi Salvador,
me conceda las gracias que Tú le pidas.
Pide por mí, Virgen Santísima
lo que más me conviene.
Tus oraciones, siempre las escucha Dios
porque son plegarias de Madre
para con el Hijo que tanto te ama
y goza en otorgarte lo que pides
para mejor honrarte y mostrar su Amor a Ti.
En esto quedamos, Señora:
Yo vivo confiando en Ti.
Ocúpate Tu por salvarme. Amén.
San Alfonso María de Ligorio
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