Cuando llegue
el deseado,
el que mi amor
espera,
adornaré mi
casa con lámparas y flores.
Me embelleceré
con vestidos de fiesta,
ahuyentaré
animales, apagaré los ruidos,
y pondré
vigilantes a la puerta.
Cuando llegue
Jesús,
por el que
estoy en vela,
lavaré sus
pies con un agua de rosas,
le perfumaré
con finas esencias,
tendré a punto
sus manjares preferidos,
y música
escogida, siempre nueva.
Cuando llegue
el anunciado
por todos los
profetas,
no podrá
engañarme, aunque lo intente,
como hizo con
María Magdalena.
Captaré desde
lejos su perfume,
notaré sin
palabras su presencia.
Cuando llegue,
cuando llegue….
¡Pero si Él
siempre llega!
Mientras
estabas esperándole,
te pidió mil
veces que le abrieras,
y tus ojos no
lo reconocieron,
cuando pobre y
cansado llamaba a tu puerta.
Se hacia
presente junto a ti, el amigo,
mientras
mirabas hacia fuera,
y te ocupabas
de tu casa y de tus cosas,
esperando que
fuera primavera;
pero Él sufría
el frío del invierno,
sin poder
acercarse al fuego de tu hoguera.
Llegaba el
esperado de los siglos,
el más
desamparado de la tierra,
mientras tú te
afanabas,
y ponías
solamente manjares en la mesa.
Pero Él se
doblaba de hambre y de fatiga,
esperando que
lo vieras y acogieras.
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