Cuarenta días permaneció Jesús
resucitado con los Apóstoles y con los discípulos. Cristo fue visto en Emáus,
en Jerusalén, y en Galilea por varios testigos. No era algo ilusorio, pues
muchos en distintos momentos y lugares se encontraron con el Resucitado. Muchos
terminarían entregándose al martirio por defender esta verdad.
Llenos de alegría, pudieron ver de nuevo aquel santo rostro que tantas veces les sonrió. Aquellos ojos; bastaba una mirada para extasiar de amor. Todo Su ser hablaba por sí mismo. La gloria del Padre resplandece en el Resucitado.
Ahora, llega el momento de volver al Padre. Igual que un día se humilló dejando Su trono de gloria para entrar en nuestro mundo como esclavo de amor, ahora regresa al Padre, pero de manera diferente...Regresa con Su "humanidad". Por primera vez, uno como nosotros entra en las entrañas del Padre. Entra en el verdadero santuario.
El Padre nos ha sentado a Su derecha en Él, pues cada vez que mira al Hijo, reconoce a toda la humanidad. Se realiza la satisfacción, pues ya hubo un hombre obediente, en contraposición de Adán. Redención, justificación, expiación, satisfacción, y propiciación. Dios ha tenido una bondad infinita con el hombre, regalándonos tantas gracias inmerecidas.
Cristo acerca a toda la humanidad al Padre, y nos reconcilia con Él expiando nuestras faltas. Nos propició al Padre. Entra en el santuario el primer embajador de entre nosotros.
Los Apóstoles tienen sentimientos chocantes. Están alegres, entusiasmados, y a la vez sorprendidos con este Mesías tan distinto al que esperaban. Un Mesías muerto y resucitado. Pero Dios les abrió el entendimiento, y comprendieron que debía ser así para librar al hombre del mayor mal: el pecado.
Después de esos cuarenta días de alegría, sus corazones quedan con un extraño sentimiento, con algo de melancolía.
Cristo les manda predicar el Evangelio hasta los confines del mundo y bautizar a las criaturas en nombre de la Trinidad Beatísima. En esta última aparición, advierten que Jesús se despide definitivamente de ellos, pero al mismo tiempo comprenden que se queda con ellos, con su asistencia hasta el fin de los tiempos. En la Eucaristía permanecerá hasta la consumación de los siglos realmente presente. En el Santísimo Sacramento verán todas las naciones al mismo que los Apóstoles vieron ascender hasta el Padre, aunque está vez quedará velada no solo la Divinidad, sino también la humanidad. Se nos pedirá una fe viva.
¿Y María? ¿ Cuales serían los sentimientos de la bendita Madre, al ver a su Hijo ingresar en el santuario? Su corazón quedó embriagado de amor al recibir al Verbo en sus entrañas, al verlo crecer, cuidarlo. Roto de dolor en la pasión, y endulzado con la Resurrección. Ahora se marcha, su Jesús, Dios e Hijo, se marcha de su lado, y Ella queda velando a la Santa Madre Iglesia.
Y hoy, los Obispos, sucesores de los Apóstoles, y junto a ellos los sacerdotes tienen la misma misión que los Apóstoles. La esencia del evangelio es que “Jesús de Nazaret es Cristo, el Hijo de Dios” (Cf Rm 10,9) y que en él tenemos la salvación y la plena revelación de Dios. “El que ve a Cristo, ve al Padre”. Dios se ha manifestado, se ha revelado al hombre y todo por amor. Por eso decimos que la religión Católica es la única y verdadera, fundada por Cristo, pues Dios se ha revelado totalmente al hombre en Cristo.
La llamada de Cristo es clara. En aquellos momentos, los Apóstoles, aún algo aturdidos, comprendieron que había mucha tarea por hacer. Millones de hombres aún no se habían enterado de nada, y había que anunciarles la Buena Nueva.
Lo mismo experimentamos nosotros. Tenemos la misión de ser la luz de Cristo resucitado en el mundo. Ahí tenemos Su Perdón, Su Cuerpo, Su Palabra, Su Iglesia, Su Madre. Nos ha dado toda clase de armas divinas para poder continuar la misión.
Cristo hoy, mientras asciende al cielo, grita de nuevo las mismas palabras que pronunció ante la tumba de su amigo Lázaro:
"SAL FUERA…Y aquí os espero preparando vuestro lugar por toda la eternidad. Os espero para seguir caminando juntos anunciando a todos EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. No tengáis miedo, yo estaré siempre con vosotros".
Dios nos siga bendiciendo.
Tu hermano,
Alejandro.
Llenos de alegría, pudieron ver de nuevo aquel santo rostro que tantas veces les sonrió. Aquellos ojos; bastaba una mirada para extasiar de amor. Todo Su ser hablaba por sí mismo. La gloria del Padre resplandece en el Resucitado.
Ahora, llega el momento de volver al Padre. Igual que un día se humilló dejando Su trono de gloria para entrar en nuestro mundo como esclavo de amor, ahora regresa al Padre, pero de manera diferente...Regresa con Su "humanidad". Por primera vez, uno como nosotros entra en las entrañas del Padre. Entra en el verdadero santuario.
El Padre nos ha sentado a Su derecha en Él, pues cada vez que mira al Hijo, reconoce a toda la humanidad. Se realiza la satisfacción, pues ya hubo un hombre obediente, en contraposición de Adán. Redención, justificación, expiación, satisfacción, y propiciación. Dios ha tenido una bondad infinita con el hombre, regalándonos tantas gracias inmerecidas.
Cristo acerca a toda la humanidad al Padre, y nos reconcilia con Él expiando nuestras faltas. Nos propició al Padre. Entra en el santuario el primer embajador de entre nosotros.
Los Apóstoles tienen sentimientos chocantes. Están alegres, entusiasmados, y a la vez sorprendidos con este Mesías tan distinto al que esperaban. Un Mesías muerto y resucitado. Pero Dios les abrió el entendimiento, y comprendieron que debía ser así para librar al hombre del mayor mal: el pecado.
Después de esos cuarenta días de alegría, sus corazones quedan con un extraño sentimiento, con algo de melancolía.
Cristo les manda predicar el Evangelio hasta los confines del mundo y bautizar a las criaturas en nombre de la Trinidad Beatísima. En esta última aparición, advierten que Jesús se despide definitivamente de ellos, pero al mismo tiempo comprenden que se queda con ellos, con su asistencia hasta el fin de los tiempos. En la Eucaristía permanecerá hasta la consumación de los siglos realmente presente. En el Santísimo Sacramento verán todas las naciones al mismo que los Apóstoles vieron ascender hasta el Padre, aunque está vez quedará velada no solo la Divinidad, sino también la humanidad. Se nos pedirá una fe viva.
¿Y María? ¿ Cuales serían los sentimientos de la bendita Madre, al ver a su Hijo ingresar en el santuario? Su corazón quedó embriagado de amor al recibir al Verbo en sus entrañas, al verlo crecer, cuidarlo. Roto de dolor en la pasión, y endulzado con la Resurrección. Ahora se marcha, su Jesús, Dios e Hijo, se marcha de su lado, y Ella queda velando a la Santa Madre Iglesia.
Y hoy, los Obispos, sucesores de los Apóstoles, y junto a ellos los sacerdotes tienen la misma misión que los Apóstoles. La esencia del evangelio es que “Jesús de Nazaret es Cristo, el Hijo de Dios” (Cf Rm 10,9) y que en él tenemos la salvación y la plena revelación de Dios. “El que ve a Cristo, ve al Padre”. Dios se ha manifestado, se ha revelado al hombre y todo por amor. Por eso decimos que la religión Católica es la única y verdadera, fundada por Cristo, pues Dios se ha revelado totalmente al hombre en Cristo.
La llamada de Cristo es clara. En aquellos momentos, los Apóstoles, aún algo aturdidos, comprendieron que había mucha tarea por hacer. Millones de hombres aún no se habían enterado de nada, y había que anunciarles la Buena Nueva.
Lo mismo experimentamos nosotros. Tenemos la misión de ser la luz de Cristo resucitado en el mundo. Ahí tenemos Su Perdón, Su Cuerpo, Su Palabra, Su Iglesia, Su Madre. Nos ha dado toda clase de armas divinas para poder continuar la misión.
Cristo hoy, mientras asciende al cielo, grita de nuevo las mismas palabras que pronunció ante la tumba de su amigo Lázaro:
"SAL FUERA…Y aquí os espero preparando vuestro lugar por toda la eternidad. Os espero para seguir caminando juntos anunciando a todos EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. No tengáis miedo, yo estaré siempre con vosotros".
Dios nos siga bendiciendo.
Tu hermano,
Alejandro.
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