Mira los brazos abiertos
de Cristo crucificado,
y déjate salvar una y
otra vez.
Y cuando te acerques
a confesar tus pecados,
cree firmemente en su
misericordia que te
libera de la culpa.
Contempla su sangre
derramada con tanto
cariño y déjate purificar
por ella. Así podrás
renacer, una y otra vez.
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