“Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones” (Mt 21,13). Estas palabras e Jesús nos indican el respeto infinito que tenemos que tener en toda iglesia o capilla, y el recogimiento que debemos guardar.
La palabra de Nuestro Señor nos dice algo más. Se aplica a nuestra alma, también una casa de oración. La oración debe elevarse desde el alma hacia el cielo, como el humo del incienso. Muchas veces las distracciones, los pensamientos terrestres, los pensamientos que no son para la mayor gloria de Dios y hasta los malos pensamientos, la ocupan y la llenan de ruido, problemas, suciedad y hacen una cueva de ladrones… Esforcémonos con toda nuestra fuerza para que nuestro espíritu esté siempre ocupado en Dios o en lo que nos pide para servirlo. Realizando lo que nos pide, tenemos que tener la mirada en él, sin jamás apartar nuestro corazón ni, lo menos posible, los ojos. Peguemos nuestra mirada a nuestras ocupaciones el Rey de nuestro pensamiento. ¡Qué Su pensamiento no nos deje y que todo lo que sólo lo necesario y para nada peguemos nuestro corazón. Dios tiene que ser decimos, hacemos, pensamos, sea para Él y dirigido por Su amor! (…)
¡Qué nuestra alma sea siempre una casa de oración! Jamás una cueva de ladrones y nada de extraño debe tener acceso, nada profano debe entrar, ni siquiera pasar. ¡Qué el alma se ocupe sin cesar de su Bien-Amado!… Cuando se ama, no se pierde de vista al que se ama…
San Carlos de Foucauld (1858-1916)
ermitaño y misionero en el Sahara
Meditaciones
sobre el Evangelio (Écrits spirituels de Charles de Foucauld, ermite au
Sahara, apôtre des touaregs, Gigord, 1964) ), trad. sc©evangelizo.org
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