Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad
se encierran en las paredes del alma,
y los misterios del Dios-Hombre
se revelan en la más pura intimidad,
y allí, donde todo se convierte en eterno,
Dios y lo mortal se funden:
Espíritu, con espíritu, se aman.
Tú, que fuiste cordero en la Cruz,
lo vuelves a ser en el altar
y cual sol que emerge de Oriente,
el ipse Christus en sus manos te alza.
Se bañan los ojos de luz,
el silencio penetra en el alma,
alma que salir del pecho quisiera
para colmarte, cual Magdalena,
de sentidos besos
y arrepentidas lágrimas.
¡Cuántas veces delante de Ti,
ciegos los ojos del alma;
no te veo bajo la especie de pan!
¿Dónde está el Cristo que murió por mí?,
¿dónde, el que hizo al viento
esclavo de su palabra?
¡Cuántas veces mi pobre fe
exige contemplar tus llagas,
el sudor vertido en Getsemaní,
o junto al Patriarca en Nazaret!
Pábilo luminoso, que al punto se apaga;
luchan en el alma, la fe y la razón.
¿Quién vence esta batalla?
¡Tu Amor!
¿Al misterio de la Eucaristía
pides pruebas, mísera alma?
Siempre en busca de un milagro,
pero no lo hay mayor
que, al entregarte en mis labios,
el Todo quepa en la nada.
El mismo Dios se anonada,
y cambia las glorias del Cielo,
por la fría soledad del Sagrario.
Mas no está solo el que mucho ama,
y si Tú eres sólo Amor
soy yo quien necesito tu encuentro
porque sin Ti, todo me falta.
Arrastraré el alma hasta tus puertas,
las asaltaré a fuerza de rosarios,
porque si fue tu seno el de María,
no puedo olvidar, al adorarte,
el recuerdo de tu Madre, la mía.
Sagrada Forma, te veo en sus manos
virginales: la Madre y el Redentor.
Un cómplice silencio embarga al alma,
un diálogo de fe, de Amor,
ahora lo turbio se ha vuelto claro
y una jaculatoria clama en mi corazón:
¡Os amo! ¡Os amo! ¡Os amo!
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