(Mt 11,7)
Hay que atravesar el desierto y permanecer en él para acoger la gracia de Dios. Es aquí donde uno se vacía de sí mismo, donde uno echa de sí lo que no es de Dios y donde se vacía esta pequeña casa de nuestra alma para dejar todo el lugar para Dios sólo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en el desierto antes de recibir su misión, San Pablo, San Juan Crisóstomo se prepararon en el desierto... Es un tiempo de gracia, un período por el cual tiene que pasar todo el mundo que quiera dar fruto. Hace falta este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado, en medio del cual Dios establece su reino y forma en el alma el espíritu interior: la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Más tarde el alma dará frutos exactamente en la medida en que el hombre interior se habrá ido formando en ella. (cf Ef 3,16)...
Sólo se puede dar lo que uno tiene y es en la soledad, en esta vida solo con Dios solo, en el recogimiento profundo del alma donde olvida todo para vivir únicamente en unión con Dios, que Dios se da todo entero a aquel que se da también sin reserva. ¡Date enteramente a Dios solo...y él se te dará todo entero a ti... Mira San Pablo, San Benito, San Patricio, San Gregorio Magno, tantos otros ¡qué tiempos tan largos de recogimiento y de silencio! Sube más arriba: mira San Juan Bautista, mira Nuestro Señor. Nuestro Señor no tenía necesidad, pero ha querido darnos un ejemplo.
San Carlos de Foucauld (1858-1916)
ermitaño y misionero en el Sahara
Carta al Padre Jerónimo, 19 mayo 1898 evangelio.org
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