“Dios, que es amor y que ha creado al hombre por amor, le ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, les ha llamado, en el matrimonio, a una íntima comunión de vida y de amor entre ellos; es a causa de ello que ya no son dos, sino uno solo’” (Catecismo de la Iglesia católica. Compendio, nº 337). Esta es la verdad que la Iglesia proclama incansablemente al mundo. Mi amado predecesor Juan Pablo II afirmaba que “el hombre llega a ser ‘imagen y semejanza’ de Dios (Gn 1,27) no tan sólo a través de su humanidad, sino también a través de la comunión de personas constituidas por el hombre y la mujer desde el principio. El hombre llega a ser una imagen de Dios más perfecta en el momento de la comunión que en el momento de la soledad”. (Audiencia general del 14.11.79). (…)
La familia es una institución intermediaria entre el individuo y la sociedad, y nada puede reemplazarla totalmente. Ella misma se apoya, por encima de todo, en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa que se sostiene gracias al afecto y comprensión mutuos. Para llegar a ello recibe de Dios la abundante ayuda a través del sacramento del matrimonio, que comporta una verdadera vocación a la santidad. Que sus hijos puedan contemplar, sobre todo, los momentos de armonía y afecto de sus padres, más que los momentos de discordia o lejanía, puesto que el amor entre el padre y la madre proporciona a los hijos una gran seguridad y les muestra la belleza del amor fiel y duradero.
La familia es muy necesaria a los pueblos, es un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro para los esposos a lo largo de toda su vida. Es un bien irremplazable para los hijos, que deben ser fruto del amor, del don total y generoso de sus padres. Proclamar la verdad integral de la familia fundada sobre el matrimonio, como Iglesia doméstica y santuario de la vida, es, para todos, una gran responsabilidad.
Benedicto XVI
papa 2005-2013
Discurso en el 5º Encuentro mundial de las familias, Valencia, España, 8/7/06
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