Hay una riqueza que siembra la muerte allí donde extiende su poder. ¡Libraos de ella y seréis a salvo! Purificad vuestras almas, haciéndola pobre para poder escuchar la llamada del Señor que os dice: “Ven y sígueme!” (Mc 10,21) Es el camino de los limpios de corazón. La gracia de Dios no puede habitar un alma dividida y repleta de multitud de riquezas y posesiones.
Aquel que considera su fortuna, su oro y su plata, sus casas, como don de Dios éste agradece a Dios sus dones ayudando a los pobres con sus bienes. Sabe que los posee más para sus hermanos que para si mismo. Es dueño de sus riquezas en lugar de ser su esclavo. No los encierra en su alma ni se encierra en ellos sino que se afana, sin cansar, en las buenas obras. Y si algún día, su fortuna desaparece, acepta la ruina con un corazón libre. Este hombre es declarado por Dios “dichoso”; lo llamará “pobre en el espíritu”, heredero del Reino de los cielos. (Mt 5,3)...
Al contrario, aquel que acumula su riqueza y llena su corazón con ella, en lugar de acoger al Espíritu Santo, guardando sus tierras en su corazón, acumulando fortuna sin cesar, no levanta jamás los ojos al cielo. Se hunde en lo terreno y material. De hecho, no es más que polvo y al polvo volverá. (Gn 3,19) ¿Cómo podrá experimentar el deseo del reino de los cielos el que en lugar de tener un corazón, en su interior tiene campos y minas? La muerte lo sorprenderá inevitablemente en medio de sus pasiones. Porque “donde está tu tesoro, allí está tu corazón.” (Mt 6,21)
San Clemente de Alejandría (150-c. 215)
teólogo
Homilía ¿Quién es el hombre rico que se salvará?, 16-17; P.G. 9, 619-622 evangelizo.org
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