No quisiera escribirte en la distancia,
tan sólo conjugarte cada día:
mi pasado y mi futuro en cercanía,
mi presente, primero en importancia.
A Ti, Madre del Verbo hecha sustancia,
Virgen de Caridad y Madre mía,
murmullo celestial en sinfonía
y excelsa primavera de fragancia.
A Ti, que eres castillo y fortaleza
de mi profundo amor y mi pecado,
nacidos de los poros de mi vida.
Y así es como Te escribo, con terneza,
con el amor que con tu amor me has dado,
¡Virgen de Caridad, la más querida!
(F. J. Carretero, 1.981)
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