Acompáñanos en la hora de incertidumbre,
y que nunca desaparezca de nuestros labios
un canto de alabanza y gratitud por tu llegada.
Viniste al mundo, Señor.
Y, sin comprenderlo ni entenderlo muy bien,
sólo sabemos que ha merecido la pena,
que estamos menos solos que antes,
que nuestra soledad, es la tuya,
y que, nuestras inquietudes, ya desde pequeño,
van contigo en ese rostro que, hoy por amor,
y en el calvario con pasión,
mira al hombre desde el amor.
Viniste al mundo, Señor.
Y en el silencio, sigue hablando tu amor.
Y en la oscuridad, sigue brillando la estrella.
Y en el portal, sigues esperándonos.
Y en la humildad, sigues enseñándonos
el camino preferido para encontrar a Dios.
Viniste al mundo, Señor.
Para hacernos redescubrir el encanto de creer,
y el encanto de amor,
la ilusión de esperar y la alegría de vivir.
Viniste al mundo, Señor.
Y, por venir hasta nosotros,
nos sentimos afortunados y dichosos:
¡Nunca nos había ocurrido algo parecido!
¡No te vayas, Señor!
¡Quédate junto a nosotros, Señor!
¡Deja que sigamos adorando tu divinidad!
¡Permite que te dejemos los dones
de nuestra fe, esperanza y caridad!
Viniste al mundo, Señor.
Y, desde que has llegado,
este mundo ha encontrado una ventana
que nos abre de nuevo a la esperanza y a la paz.
Gracias, Señor
¡Has venido… y nos basta!
P. Javier Leoz
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