Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de
infinito amor. Llámale Padre muchas veces al día, y dile –a solas, en tu
corazón– que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de
ser hijo suyo. Supone un auténtico programa de vida interior, que hay que
canalizar a través de tus relaciones de piedad con Dios –pocas, pero
constantes, insisto–, que te permitirán adquirir los sentimientos y las maneras
de un buen hijo.
Necesito prevenirte todavía contra el peligro de la rutina –verdadero
sepulcro de la piedad–, que se presenta frecuentemente disfrazada con
ambiciones de realizar o emprender gestas importantes, mientras se descuida
cómodamente la debida ocupación cotidiana. Cuando percibas esas insinuaciones,
ponte con sinceridad delante del Señor: piensa si no te habrás hastiado de
luchar siempre en lo mismo, porque no buscabas a Dios; mira si ha decaído –por
falta de generosidad, de espíritu de sacrificio– la perseverancia fiel en el
trabajo.
Entonces, tus normas de piedad, las pequeñas mortificaciones, la
actividad apostólica que no recoge un fruto inmediato, aparecen como
tremendamente estériles. Estamos vacíos, y quizá empezamos a soñar con nuevos
planes, para acallar la voz de nuestro Padre del Cielo, que reclama una total
lealtad. Y con una pesadilla de grandezas en el alma, echamos en olvido la
realidad más cierta, el camino que sin duda nos conduce derechos hacia la
santidad: clara señal de que hemos perdido el punto de mira sobrenatural; el
convencimiento de que somos niños pequeños; la persuasión de que nuestro Padre
obrará en nosotros maravillas, si recomenzamos con humildad. (Amigos de Dios,
n. 150) San Josemaría
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma