El otro día, mirando un Cristo sobre la pared, me puse a pensar y me di
cuenta de que teníamos dos maneras de observarlo:
Ver el clavo que sostiene el Cristo, o ver el cuerpo del Cristo que con los clavos se sostiene.
Ver el clavo que se esconde detrás del Cristo, o ver el cuerpo del Cristo que esconde todos los clavos.
Ver el clavo cuya cabeza se levanta para que no caiga el Cristo, o ver la cabeza del Cristo que mira hacia abajo su pesada carga para que el mundo no caiga.
Ver el clavo que sostiene el Cristo, o ver el cuerpo del Cristo que con los clavos se sostiene.
Ver el clavo que se esconde detrás del Cristo, o ver el cuerpo del Cristo que esconde todos los clavos.
Ver el clavo cuya cabeza se levanta para que no caiga el Cristo, o ver la cabeza del Cristo que mira hacia abajo su pesada carga para que el mundo no caiga.
Ver la grieta que hizo el clavo en la pared detrás del Cristo, o ver las
grietas que se levantan en cada parte del cuerpo del Cristo.
Cuando vemos un Cristo sostenido por tres clavos, en un Cuerpo agotado, que esconde en su interior nuestras culpas y penas, con los brazos extendidos en señal de perdón, con graves heridas en cada rincón de su Cuerpo y con una mirada de compasión, no nos queda más que agradecer todo ese AMOR que nos ha tenido al estar ahí en la Cruz.
Cuando vemos un Cristo sostenido por tres clavos, en un Cuerpo agotado, que esconde en su interior nuestras culpas y penas, con los brazos extendidos en señal de perdón, con graves heridas en cada rincón de su Cuerpo y con una mirada de compasión, no nos queda más que agradecer todo ese AMOR que nos ha tenido al estar ahí en la Cruz.
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