Convertir
almas es como cultivar: plantamos semillitas de la Verdad de Dios en la tierra desierta de los corazones vacíos, y el grande y tibio sol de Su
amor, con el Agua de Su Palabra, hacen que esas semillas broten con el
milagro de una vida nueva.
Claro que tenemos siempre la esperanza de ganar a otros a la fe en Cristo,pero en realidad es tarea de Dios y obra del Espíritu Santo.
Sólo podemos ofrecerles la Verdad y mostrarles el amor del Señor, pero no podemos forzar los resultados ni decidir por ellos.
Que decidan creer, recibir y seguir esa Verdad o no, es algo que queda entre cada individuo y Dios.
Una persona siembra la semilla, puede que otra la riegue, pero el que da el crecimiento es Dios. (1Cor 3, 6)
No podemos hacer más que intentar preparar la tierra, ablandarla con nuestras lágrimas y oraciones y sembrar en ella la semilla, pero depende de la persona recibirla o no, y sólo Dios puede hacer que eche raíz, crezca y dé fruto.
Nuestra misión es simplemente "ir andando y llevando la preciosa semilla" y plantarla en corazones fértiles, fructíferos y receptivos. (Sal 126, 6) Puede que no siempre veamos la cosecha con nuestros propios ojos, pero en tanto hayamos hecho nuestra parte fielmente, podremos dejar el resto en manos del Señor.
Claro que tenemos siempre la esperanza de ganar a otros a la fe en Cristo,pero en realidad es tarea de Dios y obra del Espíritu Santo.
Sólo podemos ofrecerles la Verdad y mostrarles el amor del Señor, pero no podemos forzar los resultados ni decidir por ellos.
Que decidan creer, recibir y seguir esa Verdad o no, es algo que queda entre cada individuo y Dios.
Una persona siembra la semilla, puede que otra la riegue, pero el que da el crecimiento es Dios. (1Cor 3, 6)
No podemos hacer más que intentar preparar la tierra, ablandarla con nuestras lágrimas y oraciones y sembrar en ella la semilla, pero depende de la persona recibirla o no, y sólo Dios puede hacer que eche raíz, crezca y dé fruto.
Nuestra misión es simplemente "ir andando y llevando la preciosa semilla" y plantarla en corazones fértiles, fructíferos y receptivos. (Sal 126, 6) Puede que no siempre veamos la cosecha con nuestros propios ojos, pero en tanto hayamos hecho nuestra parte fielmente, podremos dejar el resto en manos del Señor.
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