Recuerdo
una vez en el Santuario de Luján (Argentina), yo estaba en el confesonario,
delante del cual había una larga fila. Había también un muchacho todo moderno,
con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas... Vino para decirme lo que le
sucedía.
Era un problema grande, difícil. Y me dijo: “yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer”. He aquí a una mujer que tenía el don de consejo. Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero.
En efecto, este muchacho me dijo: “he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto...” Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.
Era un problema grande, difícil. Y me dijo: “yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer”. He aquí a una mujer que tenía el don de consejo. Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero.
En efecto, este muchacho me dijo: “he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto...” Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.
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