Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la
gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos
divinizar nuestra existencia ordinaria. A lo largo del año, cuando celebramos
las fiestas marianas, y en bastantes momentos de cada jornada corriente, los
cristianos pensamos muchas veces en la Virgen. Si aprovechamos esos instantes,
imaginando cómo se conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de
realizar, poco a poco iremos aprendiendo: y acabaremos pareciéndonos a Ella, como
los hijos se parecen a su madre.
Imitar, en primer lugar, su amor. La caridad no se
queda en sentimientos: ha de estar en las palabras, pero sobre todo en las
obras. La Virgen no sólo dijo fiat, sino que cumplió en todo momento esa decisión
firme e irrevocable. Así nosotros: cuando nos aguijonee el amor de Dios y
conozcamos lo que El quiere, debemos comprometernos a ser fieles, leales, y a
serlo efectivamente. Porque no todo aquel que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi Padre celestial.
Hemos de imitar su natural y sobrenatural
elegancia. Ella es una criatura privilegiada de la historia de la salvación: en
María, "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Fue testigo
delicado, que pasa oculto; no le gustó recibir alabanzas, porque no ambicionó
su propia gloria. María asiste a los misterios de la infancia de su Hijo,
misterios, si cabe hablar así, normales: a la hora de los grandes milagros y de
las aclamaciones de las masas, desaparece. En Jerusalén, cuando Cristo
—cabalgando un borriquito— es vitoreado como Rey, no está María. Pero reaparece
junto a la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene el sabor,
no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma.
Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la
obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En
María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero
alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo
que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al
cumplimiento de la voluntad divina: "he aquí la esclava del Señor, hágase
en mí según tu palabra". ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda
nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo,
no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de
los hijos de Dios.
http://www.opusdei.es/es-es/article/en-la-fiesta-de-la-virgen-del-carmen-3/
ORACIÓN
¡Oh Virgen Santísima
Inmaculada, belleza y esplendor del Carmen!
Vos, que miráis
con ojos de particular bondad al que viste vuestro bendito Escapulario,
miradme benignamente y cubridme con el manto de vuestra maternal
protección.
Fortaleced mi flaqueza con vuestro poder,
iluminad las tinieblas de mi entendimiento con vuestra sabiduría,
aumentad en mí la fe, la esperanza y la caridad.
Adornad
mi alma con tales gracias y virtudes que sea siempre amada de
vuestro divino Hijo y de Vos.
Asistidme en vida, consoladme cuando
muera con vuestra amabilísima presencia, y presentadme
a la augustísima Trinidad como hijo y siervo devoto vuestro,
para alabaros eternamente y bendeciros en el Paraíso.
Amén.
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