Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

jueves, 22 de mayo de 2014

«Como el Padre me envió, también Yo os envío»


«Cada uno de vosotros es enviado al mundo, especialmente a vuestros propios coetáneos, a comunicarles, con el testimonio de vuestra vida y vuestras obras, el mensaje evangélico de la reconciliación y la paz:
"En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!"»  



El anhelo de ver al Señor anida siempre en el corazón del hombre (cf. Jn 12, 21) y lo impulsa sin cesar a buscar su Rostro. También nosotros, al ponernos en camino, manifestamos esa nostalgia y, con el peregrino de Sión, repetimos: "Tu Rostro busco, Señor" (Sal 27, 8).

Una vez más, quien convoca a los jóvenes de todo el mundo es Jesucristo, centro de nuestra vida, raíz de nuestra fe, razón de nuestra esperanza y manantial de nuestra caridad.

Llamados por Él, los jóvenes de todos los rincones del planeta se interrogan acerca de su propio compromiso en favor de la nueva evangelización, para continuar la misión confiada a los Apóstoles y en la que todo cristiano, en virtud de su bautismo y de su pertenencia a la comunidad eclesial, está llamado a participar.


Jesús, enviado por el Padre a la humanidad, da a todo creyente la plenitud de la vida (cf. Jn 10, 10). Su Evangelio debe hacerse comunicación y misión. La vocación misionera compromete a todo cristiano, se convierte en la esencia misma de todo testimonio de fe concreto y vital. Se trata de una misión que brota del proyecto del Padre, designio de amor y de salvación que se realiza con la fuerza del Espíritu, sin el cual cualquier iniciativa apostólica nuestra está destinada al fracaso. Precisamente para que sus discípulos puedan realizar esa misión, Jesús les dice "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22). Así transmite a la Iglesia su misma misión salvífica, para que el misterio pascual siga llegando a todo hombre, en todo tiempo, en cualquier latitud del planeta.

Sobre todo vosotros, los jóvenes, estáis llamados a convertiros en misioneros de esta nueva evangelización, dando a diario testimonio de la Palabra que salva.
Vosotros experimentáis personalmente las inquietudes de esta época de la historia, rica de esperanzas e incertidumbres, en la que a veces es fácil perder el camino que lleva al encuentro con Cristo.
Numerosas son, en efecto, las tentaciones de nuestros días, las seducciones que pretenden apagar la voz divina que resuena dentro del corazón de cada persona.
La Iglesia se presenta al hombre de nuestro siglo, a todos vosotros, queridos jóvenes que sentís hambre y sed de verdad, como compañera de viaje. Os ofrece el eterno mensaje evangélico y os confía una tarea apostólica exaltante: ser los protagonistas de la nueva evangelización.
Fiel guardiana e intérprete del patrimonio de fe que Cristo le transmitió, desea dialogar con las nuevas generaciones; quiere responder a sus necesidades y expectativas para buscar, en un diálogo franco y abierto, los sentimientos más oportunos para llegar a los manantiales de la salvación divina.
La Iglesia confía a los jóvenes la tarea de proclamar al mundo la alegría que brota de haberse encontrado con Cristo. Queridos amigos, dejaos seducir por Cristo; aceptad su invitación y seguidlo. Id y anunciad la buena nueva que redime (cf. Mt 28, 19); hacedlo con la felicidad en el corazón y convertíos en comunicadores de esperanza en un mundo que a menudo sufre la tentación de la desesperación, comunicadores de fe en una sociedad que a veces parece resignarse a la incredulidad; y comunicadores de amor en medio de los acontecimientos diarios, con frecuencia marcados por la lógica del egoísmo más desenfrenado.
Para poder imitar a los discípulos que, impulsados por el soplo del Espíritu, proclamaron sin titubeos su fe en el Redentor que ama a todos y quiere que todos se salven (cf. Hch 2, 22-24. 32-36), es preciso convertirse en hombre nuevos, renunciando al hombre viejo que llevamos dentro y dejándonos renovar a fondo por la fuerza del Espíritu del Señor.
Cada uno de vosotros es enviado al mundo, especialmente a vuestros propios coetáneos, a comunicarles, con el testimonio de vuestra vida y vuestras obras, el mensaje evangélico de la reconciliación y la paz: 
"En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!" (2 Co 5, 20).



Esta reconciliación es, ante todo, el destino individual de todo cristiano que encuentra y renueva continuamente su propia identidad de discípulo del Hijo de Dios en la oración y en la participación en los sacramentos, especialmente en los de la penitencia y la Eucaristía.
Pero ése es también el destino de toda la familia humana. Ser hoy misioneros en medio de nuestra sociedad significa utilizar lo mejor posible los medios de comunicación para esa tarea religiosa y pastoral.
Si os convertís en ardientes comunicadores de la Palabra que salva y testigos de la alegría de la Pascua, seréis también constructores de paz en un mundo que busca esa paz como una utopía, olvidando a menudo sus raíces profundas. Las raíces de la paz, como bien sabéis, están dentro del corazón de cada uno, si sabe acoger el deseo del Redentor Resucitado.
Ante la cercanía del tercer milenio cristiano, a vosotros los jóvenes se os ha confiado de manera especial la tarea de convertiros en comunicadores de esperanza y artífices de paz (cf. Mt 5, 9) en un mundo cada vez más necesitado de testigos creíbles y de anunciadores coherentes. Sabed hablar al corazón de vuestros coetáneos que tienen sed de verdad y felicidad, y buscan incesantemente a Dios, aunque a menudo sea de forma inconsciente. (...)
Encomiendo a María, la Virgen presente en el cenáculo, la Madre de la Iglesia (cf. Hch 1, 14), la preparación y el desarrollo de las próximas Jornadas mundiales: que Ella nos comunique el secreto de cómo acoger a su Hijo en nuestra vida para hacer lo que Él nos diga (cf. Jn 2, 5).




SAN JUAN PABLO II



MENSAJE PARA LA IX Y X JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 1994.
MANILA. FILIPINAS

 http://www.karol-wojtyla.org/Es/Home Page.aspx

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