Podemos disponernos para la escucha avivando el deseo de Dios, afirmando con humildad nuestra condición de creaturas y de pecadores, buscando el silencio y la soledad, cultivando la vida de gracia, suplicando a Dios con insistencia: ¡Dame, Señor, un corazón que escucha!
Busco tu rostro, Señor; quiero verte.
Tengo sed, quiero encontrarte.
A veces me quejo por tus largos silencios.
Tu silencio guarda tu misterio.
Eres todo bien y belleza; no soy capaz de abarcarte.
No es que calles permaneciendo indiferente a mi súplica.
Hablas de modo diferente y no siempre percibo tu voz ni te comprendo.
Que te acepte como eres y así te siga.
Que así te entienda, que así te ame.
Quiero aprender a escucharte.
Tú eres la Palabra, me hablas del amor del Padre.
Tú eres el Camino, me muestras siempre Tu Voluntad.
Tú eres la Luz del mundo, iluminas las cañadas más oscuras de la historia.
Tú eres el Buen Pastor, estás siempre a mi lado.
Que mi corazón esté siempre preparado para acogerte, como María.
¡Muéstrame tu rostro!
¡Dame, Señor, un corazón que escucha!
AMÉN!
De: Necesito silencio y soledad
Fuente.la-oración.com
Bellísima reflexión y enseñanza ascompañadas de una bella plegaria
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