Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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domingo, 6 de febrero de 2011

¿Somos lo que decimos ser?

 


Confucio estuvo inspirado al explicar algo sencillo y válido para todos los tiempos: uno de los grandes problemas de la humanidad surge cuando no somos lo que decimos ser, cuando no vivimos según lo que significa nuestro nombre.


¿Qué significa ser político? Trabajar por la ciudad o por el estado. ¿Y médico? Buscar la salud y la atención debida a los enfermos. ¿Y arquitecto? Proyectar edificios resistentes y adecuados para la vida de las personas. ¿Y profesor? Enseñar a los alumnos a encontrar la verdad y a vivir las virtudes. ¿Y policía? Velar por el orden público. ¿Y padre o madre de familia? Cuidar a los hijos y orientarlos hacia el buen camino.


Los significados están más o menos claros para muchas profesiones y para muchas dimensiones familiares o sociales. Para otras no hay claridad, o existen opiniones contrastadas: no resulta fácil definir correctamente lo que hace un psicólogo, o la finalidad propia de un literato.


En los casos en que el significado es claro, las dificultades inician cuando uno no es lo que debería ser. El desorden radica en pervertir el propio nombre, en decirse una cosa y actuar de otra manera, en engañar y desorientar a quienes buscan ayuda en quien debería ofrecerla y no lo hace.


Por eso la “solución” propuesta por Confucio parece atractiva: hay que poner en marcha una “rectificación de los nombres”. Es decir, hay que buscar caminos concretos para que cada quien sea lo que su nombre indica.


Esto vale, desde luego, sólo para los casos en los que los nombres son buenos. No tiene sentido pedirle al ladrón que sea lo que su nombre indica. Lo que sí es urgente es exigir al político que nunca sea ladrón, sino que trabaje siempre como un auténtico promotor del bien común.


¿Así de sencillo? Quizá Confucio dio con parte de la solución, pero dejó de lado un punto importante: los cambios no se consiguen simplemente a base de presiones externas, sino desde el interior de cada uno.


Sólo cuando quitamos ambiciones, envidias, odios y perezas que nos apartan de los deberes buenos y nos llevan a distorsiones malignas, podremos empezar a ser no sólo lo que nombres de profesiones honestas indican, sino algo mucho más noble y bello: seres humanos dispuestos a vivir en todo momento según la verdad, la justicia y el bien verdadero.


¡Vence el mal con el bien!

Autor: Fernando Pascual, L.C.
Fuente: Virtudes y Valores/Catholic.net

2 comentarios:

  1. gracias por este compartir pidamos al Señor el ser coherente con nuestra vida muy profundo esta reflexión gracias muy unidas en oración y un abrazo

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  2. Que nuestro Señor nos ayude a ser coherente nuestras acciones con nuestros pensamientos y que todos sean dentro de la Voluntad de Dios.
    Te dejo un besito y Feliz Semana

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Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma

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