Nos muestra el Creador una nueva creación, manifestándose a nosotros sus criaturas. Germinando en un seno sin simiente, lo conservó intacto para que al considerar tal maravilla cantemos aclamándola:
¡Salve, flor incomparable!
¡Salve, corona de la pureza virginal!
¡Salve, rostro refulgente de la Resurrección!
¡Salve, espejo de la vida evangélica!
¡Salve, árbol cuyos frutos luminosos nutren a los fieles!
¡Salve, ramaje frondoso que da su nombre a muchos!
¡Salve, Madre del Guía de los perdidos!
¡Salve, Madre del Redentor de los cautivos!
¡Salve, tranquilidad del justo!
¡Salve, reconciliación de los pecadores!
¡Salve, túnica de la gracia para los desnudos!
¡Salve, ternura que supera todo deseo!
¡Salve, Esposa siempre Virgen!
Mirando este racimo asombroso, nos convertimos en extranjeros de este mundo, poniendo nuestro espíritu en los Cielos. Por eso el Altísimo se manifestó en la tierra como un hombre humilde, para atraer hacia las alturas a todos los que Lo aclaman: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Himno Acatista a la Madre de Dios
atribuido a Romanos le Mélode (+ 560)
Fuente: www.mariedenazareth.com
Imagen: parroquiadelbuenpastor.wordpress.com
Hola Magda y comentaristas blogueros, ¡Salve lógica de Dios! ¡Salve sacramento de salvación! ¡Madre!, también quiero invitaros a visitar un buen blog donde madurar la fe mediante la formación y catequesis adulta, mistagogia de la liturgia, pensamiento teológico, vida espiritual y aliento para la santidad.
ResponderEliminarUn saludo.
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