A propósito de la Santísima Virgen, quiero confiarte una de las simplezas que tengo con ella. A veces me sorprendo diciéndole: «Querida Virgen Santísima, me parece que yo soy más dichosa que tú, porque yo te tengo a ti por Madre, mientras que tú no tienes una Virgen Santísima a quien amar... Es cierto que tú eres la Madre de Jesús, pero ese Jesús nos lo has dado por entero a nosotros..., y él, desde la cruz, te nos ha dado a nosotros por Madre. Por eso, nosotros somos más ricos que tú, pues poseemos a Jesús y tú eres nuestra también. Tú, en otro tiempo, en tu humildad, deseabas ser un día la humilde esclava de la Virgen feliz que tuviera el honor de ser Madre de Dios; y ahora yo, pobre criaturita, soy no ya tu esclava sino tu hija. Tú eres la Madre de Jesús y eres mi Madre».
Seguro que la Santísima Virgen se ríe de mi ingenuidad, y, sin embargo, lo que le digo es una gran verdad.
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