El 7 de octubre es la fiesta de la Virgen del Rosario. Sobre el Rosario se ha dicho muchas cosas. Tiene sus grandes defensores. Algunos la consideran una oración repetitiva y propia de gente sencilla. Dejando aparte que la gente sencilla merece un respeto y que toda oración es grata a Dios, no en función de su calidad literaria, poética o teológica, sino en función de las disposiciones del orante y de su capacidad de ayudar al que la recita a elevar su corazón a Dios, quisiera hacer una consideración sobre el Rosario que quizás pueda ayudar a algunos recelosos a valorar un poco más esta oración.
Es fácil de memorizar y de recordar; alude a los diferentes misterios de la vida de Jesús. Para rezarla no se necesita de ningún preparativo, ni de ningún lugar, libro, material o instrumento especial. Muchos la hemos aprendido siendo niños y, desde este punto de vista, enlaza con momentos de nuestra vida en los que la relación con Dios resultaba más natural y menos complicada. Todo esto me lleva a lo siguiente: hay momentos en la vida difíciles, dolorosos, complicados. Estos momentos hacen que el creyente se pregunte por la presencia de Dios en su vida. Aclaro que yo no creo que Dios sea un recurso fácil ante las dificultades y que, en mi opinión, hay que buscarlo siempre, en los buenos y en los malos momentos. Aclaro también que las dificultades no se resuelven cruzándose de brazos y esperando mágicas intervenciones divinas. Pero sí digo que el Rosario puede ser una oración sencilla para momentos difíciles. Momentos en los que resulta casi imposible hacerse planteamientos serenos sobre Dios. Y en los que es mejor no hacerlos. En estos momentos el Rosario puede ayudar, puede servir para sentirse acompañado por la misteriosa presencia de Jesús resucitado. Son momentos en los que uno no sabe qué decir, quizás tampoco sabe qué pensar. El Rosario ayuda a mantener el alma serena, el corazón confiado, la mente ocupada en Dios. Ayuda a que los labios y la vida bendigan, hablen bien. Sin duda la dificultad sigue estando ahí. Pero hay dos maneras de enfrentarse a las dificultades que parecen insuperables: con desesperación o con confianza. Una confianza quizás no muy consciente, pero no menos real. El Rosario ayuda a vivir las dificultades con esta confianza.
Martín Gelabert Ballester, OP
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