El hombre tiene que realizar las obras de justicia en la alegría del Espíritu Santo, sin marcar su hesitación con una murmuración perversa.
No hay que decir que le falta la raíz primera ubicada en el hombre por un don de Dios, el discernimiento de lo que es bueno. O que le falta la gracia del Espíritu Santo, que toca con sus concejos esa raíz, fuego de la gracia que motiva la voluntad. Si actúa con alegre determinación, no debe estar en la angustia por lo que hizo en otro momento empujado por un impulso reprensible, como si hubiera habido algo más débil en su raíz interior. Si cae, una vez caído en la necesidad, no debe murmurar diciendo interiormente “¿Qué hice para haber sido incapaz de ver anteriormente mis obras en Dios?”
¡Qué avance con decisión sin llevar el peso de su infidelidad pasada, sin lamentos lagrimosos sobre su mala acción pasada, confiando en Dios en sus acciones, ya que él lo puso en seguridad!
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179)
abadesa benedictina y doctora de la Iglesia
Scivias,
Los caminos de Dios, 4 (in “Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur
pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012), trad.
sc©evangelizo.org
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