El príncipe de este mundo busca el protagonismo y ser el centro de atención, piensa únicamente en sí mismo y su propio interés. Sólo le importan el poder, la imagen y la vanagloria. Tiene como séquito a una multitud que ha vendido su alma al diablo, a quienes instruye en sus malas artes de la mentira. Lucifer brilla, pero no da calor humano.
En contraposición, tenemos a san José: en la sombra, anónimo bienhechor preocupado de servir a los demás, entregado y negándose a sí mismo. Sus seguidores son de Cristo, y sus hechos hablan más que sus palabras. Es un instrumento del amor.
Cuanto más veo los telediarios y escucho las noticias, más me reafirmo en la confianza sólo en Dios, frente a los engaños de este mundo.
Centrémonos en la oración, sin distracciones, y no caigamos en las trampas del enemigo de las almas.
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