En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
y glorificarte como es debido
en esta celebración de la Virgen María.
Ella, al aceptar tu Palabra con su corazón inmaculado,
mereció concebirla en su seno virginal
y, al dar a luz a su propio Creador,
preparó el nacimiento de la Iglesia.
Ella, aceptando junto a la cruz el testamento del amor divino,
adoptó como hijos
a todos los hombres nacidos a la vida sobrenatural
por la muerte de Cristo.
Ella, unida a los Apóstoles
en espera del Espíritu Santo prometido,
asoció su oración a la de los discípulos
y se convirtió en modelo de la Iglesia orante.
Elevada a la gloria de los cielos,
acompaña a la Iglesia peregrina con amor maternal,
y con bondad protege sus pasos hacia la patria del cielo,
hasta que llegue el día glorioso del Señor.
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