(Jn 21,22)
[“Levántate, amada mía, y ven hermosa mía. Paloma mía” (cf. Ct 2,13-14)]. La naturaleza divina lleva al alma humana a participar de ella y la trasciende por su altura en el bien. El alma crece siempre en su participación a lo trascendente y no cesa nunca de ampliarse. Pero el bien divino del que participa, permanece el mismo, manifestándose trascendente al alma que participa cada vez más.
Vemos así al Verbo guiar a la Esposa hacia las cimas, con ascensiones en la virtud, como en la subida de una escalera. El Verbo le envía primero un rayo de luz por la apertura de los profetas y la trama de los mandamientos de la Ley. Le pide aproximarse a la luz y devenir bella, tomando en la luz la forma de una paloma. Luego, cuando ella ya tuvo parte de sus bienes en toda la medida de su capacidad, como si todavía no hubiera participado de sus bienes, la atrae de nuevo para la participación de la belleza trascendente. En la medida que progresa hacia lo que surge delante de ella, su deseo aumenta. El exceso de bienes trascendentes que se manifiestan, le hace creer que está al comienzo de su ascensión.
Por eso el Verbo dice de nuevo “Levántate” a la que ya se levantó y “Ven” a la que ya vino (cf. Ct 2,13). El que se levanta así, no terminará nunca de levantarse. El que corre hacia el Señor no se agotará nunca en recorrer el espacio de la carrera divina. Siempre hay que levantarse y nunca dejar su carrera, cada vez que el Verbo dice “Levántate” y “Ven”, él nos da la fuerza para subir más alto.
San Gregorio de Nisa (c. 335-395)
monje, obispo
Homilía sobre el Cantar de los Cantares (La Colombe et la Ténèbre, Cerf, 1992), trad. sc©evangelizo.org
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