Habla, Señor, y no dejes nunca de silabear
aunque, tus Palabras nos resulten duras
o, después de escucharlas,
nos aferremos a las nuestras
olvidando las tuyas.
¡Habla, Señor, aunque nos confundas!
Porque la fe que no es exigente
corre el riesgo de convertirse
en merengue que adorna
pero sin masa que alimenta
Porque la fe que no provoca
es dulce al paladar pero sin trascendencia en la vida.
¡Habla, Señor!
Y haznos más crédulos y más confiados
menos previsores y más críticos
con nosotros mismos
más exigentes con nuestra vida
y más compresivos
con las actuaciones de los demás.
¡Habla, Señor!
Aunque tu Palabra nos desconcierte
Aunque busquemos mil excusas
para alejarnos de Ti
Aunque nos agarremos a mil justificaciones
para apartarnos de la gran familia
de la Iglesia
¡Habla, Señor,
y no dejes nunca de hacerlo!
Y si nos sorprendes que seamos capaces
de sentir, ver y saber
que Tú eres un gran tesoro.
Cuando se te descubre,
nada es lo que se deja
comparado con el horizonte que aguarda
¡Habla, Señor! ¡Nunca te canses de hablarnos!
Amén.
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