Santa Catalina Labouré estaba agonizando en el convento de las Hijas de la Caridad en París. La Virgen le había entregado la Medalla Milagrosa.
Catalina era conocida como la “santa del silencio”. Muy pocas palabras suyas han quedado registradas, pero sabemos que, poco antes de su muerte, sus sobrinos le preguntaron:
«Tía ¿a quién debemos rezarle en el momento de la muerte?
-¡Al Terror de los demonios! –respondió ella-. Y cuando el demonio intente imponeros pensamientos mentirosos, impuros, de odio, de envidia… rezad esta pequeña oración: “San José, Terror de los demonios, ¡protégeme!”. Y decidla sobre cada uno de sus dedos. San José congelará entonces esos pensamientos. ¡Eso es todo! Si los pensamientos regresan, proceded entonces de la misma manera. “San José, Terror de los demonios, protégeme”. Repetid esta oración tantas veces cuantos dedos tenéis en vuestras manos y ganareis la batalla.»
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