Durante la huida a Egipto, pienso en José como padre y esposo protector, pasando hambre y frío; dándoles a Jesús y a María lo poco que encontrara para comer. Estaría cansado, cargando con lo poco que tenían y sin rumbo fijo; tendría noches sin dormir preocupado por los caminos tan peligrosos, durmiendo al raso, siempre alarmado.
José y María supieron escuchar la voz de Dios, sobre todo en los momentos adversos, con fe, mucha fe, ese don maravilloso que todos pedimos insistentemente en nuestras oraciones.
Los dedos de la mano de Dios son los que escriben nuestra historia. Pero nuestra vida no es una novela; más bien es una sucesión de cuentos, unos felices y otros no tanto, cuyo autor es Dios, que nos sorprende y nos desbarata, mostrándonos que una vida con dificultades y sobresaltos es más rica y alentadora que una vida en el hastío y en el sinsentido.
Texto: Diócesis de Córdoba.
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