Si quieres rezar, necesitas a Dios que da la oración al que reza. Invócalo diciendo: “Qué tu Nombre sea santificado, que tu Reino venga” (Mt 6,9-10). O sea, el Espíritu Santo y tu Hijo único, ya que es el que pidió adorar al Padre en espíritu y verdad (cf. Jn 4,24).
El que reza en espíritu y verdad no es a partir de las criaturas que glorifica a Dios, sino que es desde Dios mismo que alaba a Dios. (…) El Espíritu Santo tiene compasión de nuestra debilidad (cf. Rom 8,26), nos visita mismo sin estar purificados. Si encuentra nuestra inteligencia rezando con sinceridad, llega a ella y, disipando todos los razonamientos y pensamientos que la cercan, la lleva al amor d la oración espiritual. (…)
Los santos ángeles nos empujan a la oración y se tienen a nuestro costado, alegres y rezando por nosotros. Si somos negligentes y acogemos pensamientos extranjeros, los irritamos mucho. Porque luchan muy fuerte por nosotros, mientras que nosotros ni siquiera queremos suplicar a Dios. Despreciando sus servicios, abandonamos a Dios su Señor.
Reza como es necesario y sin turbación. Salmodia con atención y harmonía. Serás entonces como el pequeño del águila que planea en las alturas.
Evagrio Póntico (345-399)
Monje en el desierto de Egipto
Filocalia, Capítulos sobre la oración 59, 60, 63, 81, 82 (Philocalie des Pères Neptiques, DDB-Lattès, 1995), trad. sc©evangelizo.org
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