Se encuentran formas de mal celo que toman la apariencia de buen celo. Por ejemplo, el celo de los fariseos, estrictos observantes de la ley exterior. Ese celo “amargo” (…) no tiene su fuente en el amor de Dios y del prójimo, sino en el orgullo. Los que son afectados de orgullo están llenos de una estima descomedida por su propia perfección. No poseen otro ideal que el propio y es despreciado todo lo que no se acuerda con él. Quieren que todo se pliegue a su forma de ver y hacer y por eso las disensiones. Ese celo finaliza en odio.
Miren con cuanta aspereza los fariseos, animados de ese mal celo, persiguen al Señor posándole preguntas insidiosas, tendiéndole trampas y poniéndole escollos. No buscan la verdad sino que quieren encontrar en falta a Cristo. Miren como lo apuran, lo provocan para que condene a la mujer adúltera: “Moisés nos ordena lapidar a esta mujer. ¿Qué dices tú, Maestro?” (Jn 8,5). Miren cómo le reprochan de realizar sanaciones el día del shabbat (Lc 6,7), cómo reprochan a los discípulos de estrujar las espigas el día de reposo (Mt 12,2), cómo se escandalizan cuando ven al divino Maestro comer con pecadores y publicanos (Mt 9,2). Son todas manifestaciones de ese “celo amargo” en que entra muy seguido la hipocresía.
Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
El buen celo (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org
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