Si el demonio mudo –del que nos habla el Evangelio– se mete en el alma,
lo echa todo a perder. En cambio, si se le arroja inmediatamente, todo sale
bien, se camina feliz, todo marcha. –Propósito firme: “sinceridad salvaje” en
la dirección espiritual, con delicada educación..., y que esa sinceridad sea
inmediata. (Forja, 127)
Vuelvo a afirmar que todos tenemos miserias. Pero las miserias
nuestras no nos deberán mover nunca a desentendernos del Amor de Dios, sino a
acogernos a ese Amor, a meternos dentro de esa bondad divina, como los
guerreros antiguos se metían dentro de su armadura: aquel ecce ego, quia
vocasti me -cuenta conmigo, porque me has llamado-, es nuestra defensa. No
hemos de alejarnos de Dios, porque descubramos nuestras fragilidades; hemos de
atacar las miserias, precisamente porque Dios confía en nosotros.
¿Cómo lograremos
superar esas mezquindades? Insisto, por su importancia capital: con humildad, y
con sinceridad en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Penitencia.
Id a los que orientan vuestra almas con el corazón abierto; no lo cerréis,
porque si se mete el demonio mudo, es difícil de sacar.
Perdonad mi
machaconería, pero juzgo imprescindible que se grabe a fuego en vuestras
inteligencias, que la humildad y -su consecuencia inmediata- la sinceridad
enlazan los otros medios, y se muestran como algo que fundamenta la eficacia
para la victoria. Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a
perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos
felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente
educación.
Quiero que esto
quede claro; a mí no me preocupan tanto el corazón y la carne, como la
soberbia. Humildes. Cuando penséis que tenéis toda la razón, no tenéis razón
ninguna. Id a la dirección espiritual con el alma abierta: no la cerréis,
porqué -repito- se mete el demonio mudo, que es difícil de sacar.
Acordaos de aquel
pobre endemoniado, que no consiguieron liberar los discípulos; sólo el Señor
obtuvo su libertad, con oración y ayuno. En aquella ocasión obró el Maestro
tres milagros: el primero, que oyera: porque cuando nos domina el demonio mudo,
se niega el alma a oír; el segundo, que hablara; y el tercero, que se fuera el
diablo. (Amigos de Dios, nn.
187-188)
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