Repasando el Catecismo
Se puede hablar de Dios a todos y con todos, partiendo de las
perfecciones del hombre y las demás criaturas, las cuales son un reflejo, si
bien limitado, de la infinita perfección de Dios. Sin embargo, es necesario
purificar continuamente nuestro lenguaje de todo lo que tiene de fantasioso e
imperfecto, sabiendo bien que nunca podrá expresar plenamente el infinito
misterio de Dios.
(Del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)
Comentario:
A veces tenemos una idea muy equivocada de Dios. Nos parece que es
un hombre anciano de larga barba blanca, que está allá en el cielo, sentado en
su trono. Y si bien esta es una imagen muy común y hasta a veces utilizada por
la Sagrada Escritura, la verdad es otra. Lo mismo ocurre con el Cielo. Nos
parece que el Cielo es un lugar donde están los santos sentados sobre una nube.
Ambas ideas, la de Dios y la del Cielo, hacen que no tengamos deseos de
alcanzar a ambos. Pero si pensamos que Dios es la Belleza infinita y que el
Cielo es la Felicidad infinita, entonces ya vamos teniendo otra idea y nos dan
ganas de ir al Cielo, de conocer y poseer a Dios. Sepamos solamente que si Dios
nos mostrara aunque sea un poquito de lo que es su ser y su belleza,
quedaríamos tan arrobados que no podríamos ya vivir en este mundo, tendríamos
que ir a Él, porque quedaríamos perdidamente enamorados de Él.
Por eso a Dios
no se lo puede ver en este mundo sin morir. Y cuando Dios se muestra a alguien
lo hace a través de velos para no abrasar los ojos y el alma de los videntes.
¿Y con estas palabras hemos dicho algo de la belleza de Dios y de la belleza y
felicidad del Cielo? No, porque las palabras y todo el lenguaje humano queda
muy pobre en comparación con estas realidades eternas.
Pensemos un poco en esto
y hagamos todo el esfuerzo posible para alcanzar el Paraíso y disfrutar así
para siempre de Dios y de su Cielo, porque lo que nos espera allí es algo que
no se puede ni imaginar ni describir en este mundo.
¡Alabado sea Dios!
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