Al estar en su presencia nos basta mirar sus ojos y al abrazarlos podemos sentir que abrazamos su alma, que abrazamos a Dios. | |
El alma es un soplo divino. Dios infunde un alma al ser humano a su imagen y semejanza. El alma como partícula que brota del Padre Creador, es esencia de El mismo y por eso es imagen y semejanza suya, y el Hijo de Dios al hacerse hombre en la figura de Jesucristo se hace semejante al ser humano en su envoltura corporal sin dejar de ser Dios. Ese soplo divino, o sea el alma, se une al comienzo de un nuevo ser humano en el instante mismo en que el óvulo es fecundado, en ese preciso instante , ni antes ni después. Todos los hombres tienemos un alma que nos alienta y da vida, es un alma inmortal. El alma de los niños es un alma nueva, recién salida del corazón de Dios. Pura, limpia, vigorosa, armónica, bella y grande, casi más grande que el cuerpecito del niño o la niña que la posee. Por eso podemos decir que vemos su alma, pues nos basta mirar sus ojos. A los ojos del niño se asoma el alma, se desborda por su persona inundándolo de inocencia y candor. Al abrazarlos podemos sentir que abrazamos su alma, que abrazamos a Dios. El ser humano va creciendo y se ocupa y preocupa por fortalecerse intelectual y físicamente. Ejercicio para los músculos, alimentación balanceada y pasar y repasar libros y universidades tal vez. Todo en un orden perfecto que nos dará un ejemplar, en algunos casos admirable, del ser humano pero.... el alma se quedó raquítica. No hubo para ella ejercicios espirituales, ni vitaminas ni tónicos de fortalecedores Sacramentos, no tuvo la luz ni el diario calor del sol de la oración, diálogo vivificante con Dios su Creador. Nada hubo para ella y se empequeñeció, al grado de quedar anémica y debilitada en el fondo, muy en el fondo, de la persona que la olvidó. Y así hay seres en todos los niveles, pobres y ricos, figuras prominentes de la sociedad o en el ambiente artístico que al mirarlos no encontramos el destello divino y vemos por el contrario que están con el cuerpo atrapado por las pasiones y la parte animal se hace presente en todos sus actos. Sin embargo hay otros seres, también en todos los niveles sociales y distintas profesiones, que tiene el alma grande. Un alma que está encerrada en el frágil envoltorio humano pero que creció al unísono, en concordia con la estructura física o a veces hasta más, lo vemos en los místicos, San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, las tres Teresas , la del Niño Jesús, la de Ávila y la Madre Teresa de Calcuta, el Papa Juan Pablo II, citando solo estos nombres pues la lista sería interminable, o incluso personas que hoy está muy cerca de nosotros en nuestra familia o amistades. Y tanta es su grandeza que parece que se escapa por sus poros y la vemos al mirar sus ojos, en su sonrisa, en su forma de vestir, en la manera en que nos da la mano, en su forma de hacer una caricia...lleva un aura en su contorno que casi se hace tangible y al estar en su presencia es como si nuestro cuerpo, con frío, se acercara al rayo del sol, por el calor que nos transmiten esas almas a flor de piel. Cuando nos encontramos con estas personas en nuestro diario vivir, decimos que tienen un "no se qué" y es porque están llenas de Gracia, llenas de la presencia de Dios. Esforcémonos en hacer que nuestra alma crezca al unísono de nuestro cuerpo, dándole la vida espiritual que necesita para fortalecerse, pues ella es la que no hace inmortales y fue el regalo de Dios al comenzar a Ser. Que cada día se haga más fuerte, más grande y así podamos ir por la vida llevando siempre nuestra alma a flor de piel. Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net |
miércoles, 9 de marzo de 2011
Con el alma a flor de piel
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