El evangelio nos muestra aquí la fe grande, la paciencia y la humildad de la cananea... Esta mujer tenía una paciencia realmente poco común. En su primera petición al Señor, éste no le responde palabra. No obstante, lejos de dejar de insistir, ella implora con más ahínco el auxilio de su bondad... El Señor, viendo el ardor de nuestra fe y la tenacidad de nuestra perseverancia en la oración, tendrá compasión de nosotros y nos concederá lo que le pedimos.
La hija de la cananea tenía un demonio que la atormentaba. Una vez expulsada la mala agitación de nuestros pensamientos y deshechos los nudos de nuestros pecados, la serenidad del espíritu volverá a nosotros, junto con la posibilidad de obrar rectamente... Si, al igual que la cananea, perseveramos en la oración con firmeza inquebrantable, la gracia de nuestro Creador se nos hará presente: corregirá todos nuestros errores interiores, santificará todo lo que es impuro, pacificará toda agitación. Porque el Señor es fiel y justo. Nos perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda inmundicia si le invocamos con la voz atenta de nuestro corazón.
San Beda el Venerable (c. 673-735)
monje benedictino, doctor de la Iglesia
Homilía sobre los evangelios, I,22; PL 94, 102-105
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