Con exquisito realismo describe Lope de Vega la soledad de la Virgen María:
“Sin esposo, porque estaba José
de la muerte preso;
sin Padre, porque se esconde;
sin Hijo, porque está muerto;
sin luz, porque llora el sol;
sin voz, porque muere el Verbo;
sin alma, ausente la suya;
sin cuerpo, enterrado el cuerpo;
sin tierra, que todo es sangre;
sin aire, que todo es fuego;
sin fuego, que todo es agua;
sin agua, que todo es hielo”.
Cuando desaparece de la vida alguien a quien hemos amado o que ocupaba un espacio agradable en nuestra vida, nos invade una sensación de soledad, un vacío que nos sume en la tristeza. Y, si ocupaba una parte importante de nuestra vida, nos vemos perdidos y sin las referencias en las que nos apoyábamos para afrontar las dificultades. Somos seres sociales que necesitamos de los demás para cubrir la necesidad de afecto.
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