Estaba abierto, según la costumbre de ese día, y el espacio alrededor del Tabernáculo, reservado a los sacerdotes, estaba franco al pueblo, según se acostumbraba ese día; mas el templo estaba solo, y no había más que algunos guardias y algunos criados; todo estaba en desorden por los acontecimientos de la víspera; había sido profanado con las apariciones de los muertos, y yo me preguntaba a mí misma: "¿Cómo podrá purificarse de nuevo?”
Los hijos de Simeón y los sobrinos de José de Arimatea, llenos de tristeza por la prisión de su tío, condujeron por todas partes a la Virgen y a sus compañeros, pues estaban de guardia en el templo: todos contemplaron con terror las señales de la ira de Dios, y los que acompañaban a la Virgen le contaron los acontecimientos de la víspera. Todavía no habían reparado los estragos causados por el temblor de tierra. La pared que separaba el santuario se había abierto tanto que se podía pasar por la raja; la cortina del santuario, rasgada, colgaba de los dos lados; por todas partes se veían paredes abiertas, piedras hundidas, columnas inclinadas. La Virgen fue a todos los sitios que Jesús había consagrado para Ella; se prosternó para besarlos, y los regó con sus lágrimas: sus compañeras la imitaron.
La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, Beata Ana Catalina Emmerick.
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